Saludos amigos lectores. Pretendo que esta pequeña columna contenga ingredientes para hacernos reflexionar sobre la vida cotidiana, lo que sucede en las calles, en los Centros de trabajo, en los mercados, en los autobuses, en las infinitas colas en las que compartimos retazos de nuestras vidas con los compañeros circunstanciales que, tal vez, nunca volveremos a ver.
Comenzó el curso y muchos temas se agolpan en el ágora del caleidoscopio, pero, fue despertarme y recibir un mensaje del padre de Rodrigo, un antiguo alumno que dejó una huella indeleble en mi memoria por su pasión, su inteligencia y su bondad.
“Carlos, buenas tardes. ¿Cómo se debería enfocar la tragedia de la desaparición de tu mundo e historia más próxima a consecuencia de un fenómeno natural? ¿Cómo hacer reflexionar a los chavales y qué puede la filosofía aportar a todo lo que viven los palmeños? Menuda papeleta...”.
Jose Luis Carmona, que así se llama el padre de Rodrigo, es de profesión médico y trabaja en el 061. Charlando con él me comentaba que “Cada uno hace lo que puede en el lugar que le toca”.
Pregunté a los chicos del Camoens, refiriéndome a los acontecimientos de La Palma ¿Qué salvarían de su casa si les dieran 15 minutos?
Las respuestas fueron teñidas de la ingenuidad adolescente que siempre piensa: “Eso a mí no me va a pasar nunca".
Móviles, ropa, aparatos electrónicos, dinero, el seguro de la casa, la documentación. Algunos apuntaron a fotografías y recuerdos.
¿Qué significa perderlo todo? Tu casa, las calles andadas, los paisajes, los rincones en que dejamos las huellas de los años.
De repente la oscuridad, la nada en la inmensidad de una lengua de lava que va tragándose en su recorrido lo que éramos y seríamos, un pasado que fue ayer, hace unas hora. Un presente que es hoy, aquí y ahora. Un futuro que será mañana cuando amanezca sin saber en qué lugar vivíamos.
¿Qué nos queda cuando no nos queda nada? ¿Hacia dónde caminar si ya no quedan ni la senda de los caminos?
Querido Jose Luis la Filosofía, en muchas de sus miradas, nos llama a la acción, a luchar codo con codo por resistir, a creer en Aristóteles cuando nos dice que la sociedad es antes que el individuo.
La solidaridad es más potente que cualquier volcán y , si seguimos en pie, es porque los demás se empeñan en que no rompamos esa cadena que formamos.
Comenzaremos de nuevo, reconstruiremos nuestros hogares y mantendremos intacta la memoria de los antepasados heredada de generación en generación.
Sería también una buena ocasión para lanzar nuestra mirada a otros mapas: pueblos que huyen de las hambrunas, de las guerras, en ciudades arrasadas por bombas, en los terremotos de la pobreza, siempre anónimos.
La tragedia de La Palma debe servirnos para meditar en todas las tragedias olvidadas y para concienciarnos, de una vez por toda, que la esencia de cualquier colectivo humano está en la capacidad de empatizar con el otro; porque, en definitiva el yo adquiere su dignidad con todos los yoes que lo sustentan.
Luchar por los que se fueron, por los que están y los que vendrán, ese sería el lema filosófico que deberíamos apuntar en nuestro cuaderno de bitácora.
El enfrentamiento desigual entre el hombre y la Naturaleza debe hacernos reflexionar sobre la previsibilidad del resultado que de manera irreversible se produce tarde o temprano. Construir en la ladera de un volcán , fijar plantaciones, edificar en primera línea
de playa o en los cauces de los arroyos o de los ríos. El hombre o la mujer ha de asumir ese riesgo. Y ahora vendrá el momento de la solidaridad pero también el momento de pensar si realmente ponemos enfrentarnos a las fuerzas de la naturaleza y cuáles son nuestras posibilidades de éxito . Y por último no se olviden que desgraciadamente esas
Catástrofes ,
Por regla general , siempre afectan a ciudadanos con insuficientes poderes adquisitivos por no decir inexistentes, que han debido construir en los lugares en los que nadie quería edificar.