No podía dormir. Eran casi las tres de la mañana. Decidí vestirme y emprender una pequeña ruta por mi barrio. Es un lugar muy tranquilo, imagínense a esas horas. No había nadie. Eso era lo que yo me repetía una y otra vez: "No hay nadie". Y más con la niebla tan grande que había. La verdad es que no se veía nada, de nada. Entonces es cuando se me metió en la cabeza que alguien me estaba siguiendo. Ya estaba emparanoyado. Cada ciertos pasos que daba miraba con cierto disimula hacia atrás. Pero aunque agudicé los sentidos, tanto la vista, como el oído, no conseguía ver, ni escuchar nada. Así estuve un gran periodo de tiempo. Intentaba buscar el aliado del sueño que es el cansancio, sin embargo lo que había enfrascado mi imaginación era en unas sensaciones raras. Presentía que alguien me seguía, o algo. Me puso en una tensión extrema. Y más cuando escuche muy cerca de mí las palabras: "¿Quieres algo de mí?".
Esta interrogante que me planteó una voz cavernosa, con tono bastante fuerte, y para mí amenazadora, me sacó nuevamente de las casillas. No pude ni pronunciar ni una sola vocal. Era como si me hubieran cortado de repente las cuerdas vocales. Era tal el miedo que tenía que empecé a rezar para no escuchar esas palabras. Pero no estaba en esos momentos una racha de suerte, y nuevamente volví a escuchar la voz con esas maléficas palabras: " Quieres algo de mí".
Yo miraba hacia adelante, lateral e incluso para atrás. No veía nada. Y era imposible hacerlo en ese lugar donde parecía el sitio donde los curas nos intimidaban para intentar llevarnos por el sendero del bien. Ese infierno con las nieblas saliendo del fondo donde los calderos estaban hirviendo para castigar a sus fieles y leales. No pensaba en nada bonito en esos momentos. Por mucho que rezara, el trayecto se me hacía muy largo y opté por ir hacia casa. Ya había caminado suficiente bajo el puntero láser del miedo. Cuando atravesé el portón de entrada para ir hacia mi vivienda el crujir del cierre automático de la puerta parecían cadenas y esto me hizo subir mucho más si cabe las pulsaciones, creo que me quería dar algo allí.
Pero aún quedaba el buscar las llaves que tenía en mi bolsillo derecho. Los nervios se hicieron no encontrarlas. Estaba al límite de un colapso. Solo quería entrar en casa y pensar que allí podía estar en un lugar seguro de mis miedos acumulados poco a poco. Y eso sí, hice un gran pacto conmigo mismo, aunque no pudiera dormir quedarme en casa. Conseguí abrir la puerta y cerrarla. Lo primero que hice fue ir a la cocina. Buscaba algo que en esos momentos sabía que me podría valer para bajar mi alteración arterial. Una vieja botella de whisky. La tenía yo que sé de años escondida detrás de la botella de butano. Para evitar que mi mujer la utilizará para las comidas. Primero cogí un vaso y eche un culín. Lo tomé rapidísimo. Pero seguía igual. Amplié la dosis a dos dedos. Y me lo tomé casi igual, como si fuera un chupito. Algo me relajó.
Me quedé desnudo y me eché encima de la cama. Allí reviví un par de veces la escena y la voz desconocida. Pero con gran tranquilidad pocos minutos después me quedé dormido. Por la mañana, y aunque con mucho pánico hice el mismo recorrido, esta vez con un solecito muy agradable y busque alguna señal de la noche anterior. Pero por mucho que le puse de interés, allí no había ni nada, ni nadie.