Siempre que llego a una ciudad visito los mercados y los cementerios; es una forma de interiorizar la cultura y la Historia de los pueblos.
Los vivos nos hablan de sus muertos y los muertos, en silencio, nos van relatando el pasado, lo que fuimos, las huellas que nos conducen a nosotros mismos.
Cientos de veces he caminado por las calles del Cementerio de Santa Catalina: panteones, nichos en los que crece la hierba, el musgo, las flores marchitas, las coronas recientes, las lápidas olvidadas, epitafios ilegibles, sepulcros en la tierra, cruces, ángeles, vírgenes, santos, caídos en las guerras, el mausoleo de Sánchez Prados, gentes, anónimas y conocidas. Es un paisaje de la nostalgia.
Jesús Valle Corbacho nos trasmite una mirada serena al olvido que seremos, sus fotografías reflejan la pátina de los años, la fugacidad de lo eterno. A través de su cámara, nos invita a otra dimensión, a establecer un diálogo con la muerte para hablarle de tú a tú, borrando el dolor, el dramatismo de la pérdida. Tal vez el artista nos hace de intermediario entre la, acrópolis y la necrópolis.
La literatura narra con palabras lo que Jesús traduce en extraordinarias imágenes que llegan al alma de quienes hemos tenido la oportunidad de, asistir a la exposición.
“Despierte el alma dormida”, “Donde habite el olvido, en los vastos jardines sin aurora”, “Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada”
“Serán polvo, mas tendrán sentido, polvo serán, mas polvo enamorado”.
Porque Jorge Manrique, Luis Cernuda, Miguel Hernández y Quevedo, también fueron parte de esas imágenes que son capaces de narrar un paréntesis entre dos nadas. Gracias por tu generosidad y por invitarnos a ver con la lupa de tus emociones.