En esto momentos en los que la automatización está “liberando muchas manos de obra” y en los que el teletrabajo obligado por la pandemia nos está demostrando que somos más adaptables de lo que pensábamos, me pregunto si cambiarán de manera importante nuestras maneras de trabajar, si mejorarán las condiciones de la vida familiar y de la convivencia social, si abrirán la posibilidad para que, teniendo en cuenta que es un bien necesario, se reparta de una manera más justa y más equitativa.
Lo ignoro pero deseo con “fervor” que estos cambios mejoren las condiciones sociales. La vida laboral debe constituir uno de los asuntos prioritarios de las reflexiones de los filósofos, de educadores, de los periodistas y, por supuesto, de los políticos. ¿Por qué? Porque el trabajo forma nuestro cuerpo y nuestra mente, determina la vida familiar y organiza la convivencia social. Es necesario y urgente que repensemos nuestra cultura del trabajo.
De la misma manera que existe una grave desigualdad en la distribución de las riquezas, el reparto del trabajo, uno de los bienes indispensables para la supervivencia humana, es abusivo, escandaloso y peligroso. No perdamos de vista, por favor, que el trabajo, además del medio necesario para la economía del individuo y de la familia, define lo que somos, determina nuestras perspectivas de futuro, dicta dónde y con quiénes pasamos el tiempo e inspira nuestros valores.
Termino mi reflexión con una pregunta: ¿Por qué algunos trabajan tanto para adquirir más dinero del que pueden gastar y mayores riquezas de las pueden disfrutar?