Hay veces que uno se queda con la boca abierta por lo que le declaran.
“Me levanté temprano por las obligaciones del trabajo. Era un día feo. Corría mucho aire. No podía ni andar. Creo que cuando entra en estos lares el Levante a todos nos afecta. Y más a mí. Dicen que es la humedad que se mete en los huesos. Hasta que no me tomé un Paracetamol de un gramo y transcurrido unos pocos minutos estaba hecho una alcayata. Doblado. Pronto confirmé que era el viento mencionado cuando observe mi coche lleno de agua y los parabrisas empapados. No era un dolor cualquiera. Era ese que no te dejaba sentarte, ni andar. Pero mi sentido del humor me hizo dejar de un lado está fatalidad y buscar algo gracioso para reírme de mis males. Y lo conseguí. Estaba tomando ese cafelito matutino que despeja la cabeza y nos dice dónde estamos cuando apareció un compañero de fatigas y después del oportuno saludo aproveché la coyuntura para interrogarle si tenía una pastilla para mi dolencia dándome una buena noticia cuando me afirmó con la cabeza. Me sacó un retráctil con unas pocas píldoras y me sacó de su envoltorio una, que me la puso en mi mano. No esperé mucho y me la comí del tirón sin agua ni nada, deseaba tener ese analgésico lo antes posible dentro de mi organismo.
Y así paso la mañana. Más bien mal que bien. Cuando aterricé en casa, ya estaba mi perrito dando saltos de alegría. Yo no tanto, ya que el señorito pega muchos tirones y hay que tener unos músculos de hierro. Llevaba unos minutos de recorrido cuando se sentó. Es una forma de decirme que hay algo y cuando miré bien observé una moneda de un euro. Lo felicité y bromeando le dije si en su antigua vida había sido banquero. Me miró y empezó a besarme. Tengo que reconocer que es muy listo. Pero a mí me dejó mosqueado. No llevaba de un minuto de prolongación cuando se volvió a sentar. Nuevamente escudriñé y vi una moneda de 10 céntimos. Lo acaricié y le volví a decir lo mismo, y me regaló unos nuevos ósculos. Me fui a casa y después de comer, me dirigí a la cama para hacer un descanso que aquí en Andalucía se dice siesta. Y fue cuando me envolvió un sueño extraño. Me habló un hombre mayor. Alto, delgado, sin pelo y con los ojos oscuros. Iba vestido con un traje de chaqueta y lo que más me fijé fue en los puños. Eran como de plástico, anchotes.
Lo que coloquialmente se llaman puñetas. Y me empezó a decir: “Es imposible que me hayan conocido. Pero tú me has delatado. Yo fui un hombre. Mi profesión fue banquero. Pero en esta nueva vida he sido relegado a ser un pobre perrito. Te confieso que estoy muy contento y agradecido de estar contigo”. Y desapareció. Me quedé planchado. Y sólo deseaba levantarme para acariciar a ese pobre perro que tengo por mascota.
Es cierto que la mirada de tu perro tiene mucha verdad, tanta que a veces uno se desespera intentando adivinar que hay detrás de ella, de la de felicidad, de la de tristeza, de la de curiosidad, ... tantas miradas, cada día, día tras día.
No pasa un sólo día que mi perro, mi amigo, no me enseñe algo, de los perros, si, pero sobre todo, de los humanos.