La voz bien entendida se alimenta de los rescoldos del silencio. De esto mucho saben los antiguos peregrinos.
Aquellos, quemaban las palabras, le daban forma, entre el vaivén de las zancadas y el pensamiento enardecido por la belleza circundante.
Al culminar las jornadas, no eran extrañas las pausas entre amigos, y allí, bajo la sombra de los siglos, se contagiaban con historias, con leyendas que solo ocurren en los principios.
Era habitual aprenderse los nombres ante la prontitud del olvido, y las andanzas, adornadas con la grandilocuencia de los gestos, quedaban grabadas en la memoria de los caminos.
Eran hombres y mujeres con la sola pertenencia de su capa; helados por el frío de las noches y del alba, pero abrigados por el horizonte de esperanza y por el deseo de aprender.
Se dio entre ellos y ellas que el conocimiento era tierra fértil sobre la que aposentar los pasos que son los pensamientos; y que, si alguno daba con la explicación final, ésta sería tierra de descubrimiento.
Sin embargo, la vida así entendida empezó a menguar ante el avance de las comodidades; y la búsqueda de la razón última quedó aplazada, casi fosilizada. La inmediatez de los placeres gozó del éxito general, y la estirpe de los primeros caminantes se dio por extinguida.
Una suerte de algoritmos, con contadas referencias, rebajaron la calidad del habla y del lenguaje. Ya nadie hablaba de la virtud. La filosofía, que es la ciencia de la explicación, quedó enclaustrada en el despacho de algunos enseñantes, pero de allí nada trascendía. ¿Es que nadie advertía que la naturaleza de la libertad viene determinada por la naturaleza en el patrón de conocimiento?
Ya nadie alza la mirada hacia el firmamento. Ya nadie agradece la inmensidad de los océanos. Ya nadie ve la magia en el fruto que asoma por el sarmiento envejecido.
Otra vez sin embargo: la persistencia de la belleza está escrita en el género humano; son como brasas intermitentes que duermen en espera de un soplo de vida, de un estímulo que las prenda, que las haga renacer.
La conversión de la filosofía en información puede darle la estocada a ese fin universal que la búsqueda de la virtud: un espacio donde los condicionantes de la existencia encuentran equilibrio.
Conclusión: la única manera de salvar nuestro vehículo existencial, es decir, el Estado de Bienestar, es en el cultivo de la palabra y de la virtud. La solución al problema del bienestar vendrá cuando la búsqueda del bienestar sea el único problema.