Tuve un sueño muy bonito durante una buena temporada. Consistía en que una muchacha muy linda se levantaba de un baño que se estaba dando en el mar y enseñaba todos sus grandes atributos. Yo me quedaba perplejo. Me estaba enamorando de esa escena. O más bien de ese cuerpo escultural. Duraba poco tiempo, pero era lo que yo realmente quería ver. Pero sólo tenía esa tráiler, como se dice hoy en día, pero suficiente para estar empanoyado con el mismo. Era una mujer con el pelo largo de color negro. Como era lógico mojado. Estaba de todos modos bien apelmazado. Brillaba muchísimo. Parecía que le hubieran puesto brillantina. Le llegaba casi a la altura de los codos. De vez en cuando agitaba el pelo y con sus manos se echaba para atrás los mismos. Dejando al descubierto unos lindos ojos de color azul. Era realmente grandes y resaltaban muchísimo. Su cuerpo era monumental. No le faltaban ninguna pieza.
Vestía con un bikini de tipo tigre. Colores marrón y con pintas negras. Sólo le cubrían las partes nobles. Se le notaba a las braguitas dos lazos de color negro a ambos lados de su cintura. Cuántos pensamientos pecaminosos e impuros tuve sobre ellos. Me miraba y se dirigía muy decidida hacia mí. Con una sonrisa en su rostro que parecía que me había visto y a la vez le había gustado mi físico. Yo quedé prendado, te lo confieso, desde el primer momento que la vi. Parecía una modelo de las que nos mandan continuamente nuestros buenos y locos amigos. Yo no lo creía. Alguien me estaba tirando los tejos. Eso era una cosa imposible y novedosa. Y mas a mis años. Pero estaba pasando.
Cada noche me acostaba con la sana intención de que en algún momento de mi querido sueño reparador se me presentará aquella belleza. La cara la tenía bien grabada en mi cerebro. Vivía para poder llegar a ese instante de éxtasis nocturno. No se lo dije a nadie por miedo a que me dijeran que era un hombre salido o algo parecido. Era un engaño que estaba bien secreto. Yo no se lo diría a nadie desde luego. Y menos a mi querida mujer. A mis amigos desde luego ni mijita, serían unos lengüetones de primera. Y faltaría poco para que seguro en petit comité se lo dijeran a sus mujeres y estas fueran con el cuento a la mía. Una ruina se podría venir encima mía. Unos nubarrones con fuerte aparato eléctrico y lluvia torrencial. Quiero estar lo más tranquilo posible y más con mis males y achaques y los remedios farmacológicos de mi querido y familiar galeno con las odiadas, pero inseparables pastillas.
Pero sucedió algo que me rompió los moldes. Fue en un verano. Estando en la casa del pueblo que heredó mi mujer. Estaba ella mirando los álbumes de sus padres cuando apareció dos fotografías que estaban impresas en blanco y negro. Cuál fue mi sorpresa cuando reconocí perfectamente tanto la cara, como todos los rasgos físicos de mi secreto sueño reiterativo. Menos mal que pude contenerme, pero confieso que lo pasé muy mal. Y más por lo vergonzoso del momento vivido. No dije nada como era natural, pero desde ese preciso instante me sentí la persona más odiosa del mundo. Era una rata inmunda, un reptil tipo serpiente. Era un pervertido en pocas palabras y resumiendo. Me había enamorado de unas fotos de mi suegra. Eso no es de un hombre. Eso es cosa de un monstruo. ¿Me había transformado en otro convecino que sólo mandaba escenas de cosas que deseaba pero no podía hacer?.
Aunque estuve odiándome durante una buena temporada. Al final comprendí que yo no había sido el salido. Pero, ¿cómo pude tener aquel sueño? Si yo nunca antes había visto esa fotografía. Es una duda palpable y razonable que aún en estos momentos no lo comprendo. Ni creo que podré comprenderlo en el futuro. Hubiera sido un amor producto del odio mutuo que nos habíamos mantenido durante años. ¡Vaya dualidad!