Si los políticos pensaran en nosotros todo sería más sencillo. Pero, aun así, dudo que cambiara su ambición al vernos las caras o conocer nuestras necesidades, porque solo les mueve el poder y la gloria efímera que duerme en los flases de los fotógrafos y las alcachofas metálicas. No saben que el tiempo todo lo corroe y pronto te ves, mermado y roto, sujeto con cinchas a una silla de ruedas en el geriátrico de turno.
No lo saben y por ello vamos de culo sin que nos guie esa voluntad de fuego que los Hokage impregnan en sus mandatos por el bien de la Aldea.
Somos un pueblo de necios que se cree que con votar ya cogemos al toro parlamentario por los cuernos de marfil, cuando en realidad el cazador está agazapado como Kanguro, marionetista avezado.
Si no que se lo digan a Thomas Cook que se lo van a comer por partes, como al trenecito en vagones intercambiables para mayor gloria del capitalismo empresarial.
El mundo es un gran laberinto en el que somos pollos aún con cabeza, que no sabemos que la guillotina está cerca. Supongo que por eso nos emborrachamos y lo compartimos en redes, viajamos y lo compartimos en redes y tenemos diarrea mental y también la compartimos, porque el antiguo clan que nos sustentaba- del que recibíamos confort y aprobación- ahora se ha hecho mediático, más grande y mucho más adictivo. Así tenemos novios que no conocemos, nos acostamos con cualquier y la diversión consiste en que alguien te dé un “Me gusta” para hacerte inmensamente feliz.
Pero la solución es fácil, porque no hay como leer un periódico económico para ponerte las pilas, metiéndote miedo en el cuerpo en un claro mensaje de que el poder es masculino, viejo y con una caja registradora por careto.
No me importan las elecciones, pero debería porque decidirán- más nos vale- lo que se hará en unos pocos años en los que podríamos trabajar o no, vivir con soltura o no, criar a nuestros hijos o perder todo lo que tenemos. El votar es más que un mero hecho fáctico que se desenvuelve con total normalidad, porque se nos ha hecho casero, como ir a la peluquería o discutir con la pareja, cuando es la única oportunidad que tenemos de meter un dedo en el ojo a los políticos de turno , diciéndoles dónde queremos que nos lleven. Luego harán lo que les venga en gana. Todos ellos, sin distingos políticos, con camisas dadas la vuelta y bolsillos invisibles para sujetarse los pectorales que no machacan más que en conversaciones interminables y pactos uterinos.
La economía no la vamos a salvar porque nos cogieron hace mucho por las sobaqueras en Europa y el señor Trump sigue cabalgando como le sale del napio, a patadas y estacazos. Dependemos del mundo mundial que la Lindo sintetizó en dos palabras, de ese que no se cierra en una frontera sino que se dispensa por satélites y cumbres internacionales. Pobres de nosotros tan parados, tan catetos y tan ufanos creyéndonos poseedores de la verdad, portando banderas, gritando por lo que creemos aún más que los perros de las perreras que ladran con nocturnidad a la luna creyéndose que les va a ayudar a vagar solos otra vez por las calles. Hemos caído en la trampa de la araña de pagar impuestos, tener casa, morir por las deudas y trabajar deslomados, porque solo somos rueda microscópica de un sistema que no se atranca , ni agota porque es infinito en paciencia como el tiempo, como los sillones de los geriátricos y la soledad de una viuda . Estamos hechos de pequeños trozos de fe, razón, corazón y vergüenza, de esa tan pancha que se te queda mirando cuando eres político para decírtelo todo a la cara. Va en el sueldo. Ya les digo que a ellos no les importa, porque no tienen género, ni vocación más que la del poder y la gloria del mundo efímero que duerme a los pies de los altares rebosantes de flores muertas.
No hay nada más triste que no poder votar, nada peor que no poder hacerlo. Supongo que por eso nada más deberíamos probar a soñar, aunque ellos no nos merezcan.