Terminó el turno de guardia quincenal que había estado con mi madre y ahora le tocaba a mi hermana menor. Yo todavía estaba pensando cómo podría saber si realmente éramos millonarios. Confiaba en que algunos de mis hermanos tuviera esa sagacidad para encontrar la respuesta. Por eso durante muchos días estuve mirando en el buzón de mi domicilio, por si acaso recibía esa misiva de alguno de mis hermanos. O por el contrario, me llamaban por teléfono. Pero nada, una semana ya y no había respuestas. Sé que el correo ordinario es muy lento, pero, para una llamada, siempre hay tiempo aunque cueste dinero. Conociendo lo tacaños que eran, no me esperaba otra cosa. Me decidí ir a hablar con mi hermano Claudio. Al fin y al cabo, vivía a unos quince minutos andando de donde yo residía. Tuve suerte, y a las nueve de la noche estaba en casa. Me dejó entrar y me empezó a decir que había programado una escapada para hablar conmigo. Tenía unas interrogantes ya medio resueltas. Que estuvo con un buen amigo suyo hablando sobre la herencia de nuestra madre, y me dijo que era un caso resuelto de primera instancia. Ella tenía derecho a una buena parte de la herencia de sus padres. Que sólo tenia que ponerse en manos de abogados. Que era un lío explicarlo, pero lo mejor era que nuestra madre emprendiera un pleito. Era lo más eficaz. Y entonces, yo le convencí de que, si era por el bien de todos, pues entonces, adelante. Yo le propuse que mandará una carta a cada uno de nosotros para sondear las voluntades de cada cual. Pero que, seguro, saldría el convencer a mamá y, luego, ir a por el pleito. Pero que tenía que ser ya. Ya que estaba en materia, le puse sobre la mesa las vivencias que había tenido cuidando de nuestra madre y las conclusiones a las cuales había llegado. Es decir, los incidentes que había tenido en la casa y todo lo que había hecho. Y pensar que, cuando se cansaba nuestra madre, era cuando no sucedía nada paranormal. Que podía ser, tranquilamente, la casa con la colaboración necesaria de ella. Que nos hacia falta dinero y que podíamos alquilar la misma y sacarle buenos réditos, que nos vendría bien para poder seguir con la idea de la herencia. Se quedó al principio pillado y, aunque fueron varias preguntas, como: ¿tú crees que puede ser ella? Mi conclusión había sido que sí. Cuando estaba cansada y se le administraba el nuevo tratamiento que me dio el médico del pueblo, los incidentes habían bajado a un cero total. Me preguntó si se lo había comunicado a nuestra hermana pequeña que estaba ahora de turno. Yo le dije que sí. Además, para los cotillas, os voy a decir que, después de una reunión familiar, el turno quincenal de guardia se repartió en orden ascendente. Es decir, del menor hacia el mayor. Era por una simple regla de tres: los más pequeños, al llevar menos tiempo fuera de casa, sabían más cosas de ella al tenerla más cerca en el tiempo y en el recuerdo. Quedamos también en hacer una reunión urgente para plantear lo del alquiler y que se llevarán a mamá a casa esos quince días de turno. Sabíamos que era un engorro, pero teníamos que buscar buenos fondos para poder financiar este acto común y solidario de la familia. Si no tendríamos que pagar un dinero de nuestros bolsillo, que no eran muy boyantes. Necesitábamos una reunión urgente y yo me encargaría en hacer la carta citando a todos ellos, como lo había hecho con los cuidados quincenales y también informando de la posible herencia.