La mañana amaneció muy triste. Sin embargo yo no podía estar allí. Quería buscar ayuda. Pero a ¿quién se la pedía? Desayunamos y nos fuimos a la calle. Allí al dar tantas vueltas y hablar con la vecindad tuve la suerte de entablar conversación con el médico del pueblo. Y le dije más o menos lo que me había pasado. Juan me recomendó primero que buscará a alguien especialista en el tema de lo paranormal. Y si quería un poco de más tranquilidad que le diera unas pastillas para que estuviera más relajada en esos precisos momentos donde yo le decía que estaba muy nerviosa y lo único que hacía era rezar.
También me recomendó unas infusiones de tila o unas pastillas cuando le dije que tenía que estar todavía 12 días más con ella. Me pensé mucho en tomarlas pero pensé que si tenía que vivir nuevos momentos como los que había tenido que vivir tendría que estar muy lúcido y a la vez muy tranquilo. Era un boomerang este dilema.
Por la tarde hablé por teléfono con mi mujer. Le conté todo lo que había pasado. Y ella me dijo que ya con lo que le había dicho que no me preocupara que ella rezaría mucho bajo la distancia pero que ni pensara que fuera para allá a echarle una mano. Eso daba mucho ‘yuyu’ y que no tenía que cachondearse de los demás. Esta fue la clave para no seguir la serie de llamadas que tenía previstas. Me había tocado el gordo y tenía que disfrutarlo solito.
Quería dar participaciones pero la primera en querer darle una porción había denegado el ofrecimiento. Pues por mis hombrías de hombre a nadie más le iba a dar más beneficios de saber de mis sufrimientos. Llegó la noche y a través de haber salido por la mañana me enteré que había una verbena en el pueblo en honor al patrón del mismo. San Daniel. Y me planteé que después de la cena llevar la a bailar. Salir de la rutina y además de esa maldita casa. Allí lo pasamos pipa. Ella bailó con todo el que se ofrecía. Incluido conmigo. Y volvimos, serían las dos de la mañana. Agotados y con ganas de dormir. Le di la pastilla de dormir y hasta el día siguiente. Se nos pegó las sábanas y vi en el reloj de pulsera que eran las once. La desperté la arreglé, le di sus pastillas desayunamos y nos fuimos está vez al campo
Yo recordaba que había unos bosques muy bonitos y que daban mucha sombra. Me preparé bien, me llevé mis sillas y mi mesa y unos sandwiches por si acaso entraba hambre y bebida desde agua hasta cerveza. Fuimos a la gasolinera y compramos hielo. Allí estuvimos muy a gusto hasta las siete de la tarde que empezó a anochecer. Nos dirigimos a casa y nos dispusimos a ver la televisión. Me recordó que cuando éramos jóvenes no había este entretenimiento. Y que como mucho escuchábamos la radio donde daban unas series muy bonitas. Que eran normalmente la vida de algún o alguna desdichada.
O nos dedicabamos a leer algún libro de misterio. O también jugar al Parchís, domino, o estar fuera con nuestros amigos jugando al futbol o corriendo. Mientras los padres y las madres hablaban de sus cosas hasta las tantas de la noche. No importaba la época del año que fuera. Existía una muy buena relación entre todos los vecinos. No como ahora que para vernos tenemos que quedar por teléfono o hacer lo que yo estaba haciendo ir a buscarlos a los distintos puntos del pueblo de reunión. Como cambian los tiempos.