Ah, mi padre! Nadie decía esta palabra como mi padre. Y es que cada equis tiempo aparece un suceso que relaciona salud mental y violencia.
Reza como utilidad primera del lenguaje la de clarificar, aportar luz hasta fundirse con ella, en la forma y en el contenido. Siguiendo este compromiso el lenguaje evoluciona y nos proyecta hacia ese sueño intangible que es la justicia.
En el sentido contrario, la vaciedad del comunicador puede plantearnos un escenario tenebroso, y la confusión desvanece cualquier tipo de esperanza. Esto último es lo que ocurre cuando un informador, a la vista de un suceso truculento, apostilla: “El homicida tenía un trastorno psiquiátrico” (eso sí, sin ningún tipo de explicación adicional).
No hay que ser un sabio de la antigua Grecia para leer el mensaje que se está lanzando a la sociedad entrelíneas: “La persona con trastorno mental es impredecible y potencialmente peligrosa”. Así, la dignidad e ilusión de nuestro colectivo enmarañadas por el barro ponzoñoso.
Ahora ya sabéis porque llamo “Estigma cero” a mis artículos. Debido a este tipo de lenguaje irresponsable e involutivo, el colectivo al que represento sufrimos un doloroso estigma, que nos prohíbe de facto cualquier tipo de progreso en la esfera social.
Somos pocas (un 14 por ciento) las personas con trastorno mental grave que disfrutamos de un proyecto de vida independiente, y hemos burlado esta frontera invisible del estigma, como si de un milagro de la ciencia combinatoria se tratara.
Pero vamos a darle una vuelta al lenguaje, y os propongo este patrón de conocimiento.
Si tan importante y relevante es asociar la salud mental y la situación de violencia explícita, hasta establecer una pauta de causa efecto, también habría que apostillar en caso contrario: “En esta ocasión, el homicida no tenía trastorno psiquiátrico”.
Al cabo de cien episodios donde la salud no aparezca como agente llegaríamos a la conclusión definitiva: asociar salud mental y violencia es absurdo, anticientífico y antiestético, aunque solo sea por estadística.
La inclinación violenta de una persona es anterior a su condición mental, y no depende de si está diagnosticada o no.
Pero como activista de los derechos pro salud mental voy más allá. Incluso cuando surge del averno un caso de violencia asociado al trastorno mental, lo que decimos es que debiera haber un modelo de intervención sanitaria más centrado en la comunidad, más cercano, y que asegure la continuidad de los cuidados, evitándose así la espiral de descompensación.
Con planes individualizados de atención más ambiciosos y centrados en la dimensión social de las personas, los peligros de la dejadez estarían medidos.
La imagen final sería el éxito, y sabiendo que no hay mayor éxito que la normalización. Por una imagen positiva de la salud mental.