Nora, una ceutí afincada en la ciudad de Melilla, ha sido testigo directa del salto de 200 subsaharianos a la valla de Melilla. “Estaban exhaustos, cansados y ensangrentados”, asegura. Pese a ello, sacaban energía para celebrar su victoria al grito de “libertad” o de “viva España”.
Ella y su marido pretendían dar una vuelta por los Pinares de Rostrogordo después de desayunar. Y allí estaban ellos, gritando “boza”, aunque en un estado lamentable, según cuenta la mujer.
Para Nora, la experiencia de ver tan de cerca a los migrantes recién llegados a Melilla tras sortear la frontera hispano marroquí ha resultado “muy impactante”. La mujer resume su sensación en una palabra: tristeza. “Creo que no sería humana si no me diera pena ver a personas en este estado”, apunta.
Nora pudo conectar ayer con el drama que viven los migrantes, aunque también conoce de primera mano la realidad que padecen los agentes que prestan sus servicios en el perímetro fronterizo. Su hermano es guardia civil en Ceuta. Él fue uno de los funcionarios que intervino en la tragedia del Tarajal en la que fallecieron 15 personas subsaharianas.
“Tengo sentimientos encontrados porque sé lo que es que llamen a un familiar tuyo asesino por cumplir órdenes o que pueda ser agredido en un salto con cientos de personas”, expone la ceutí.
“Quería hablar porque aún veo los cuerpos ahogados tumbados en la playa”
También estuvo en el último salto a la valla en la ciudad hermana, en el que los migrantes hicieron uso de una violencia inusitada y varios efectivos resultaron heridos.
Aunque conocía a ciencia cierta las dificultades que sufren los agentes cada vez que se produce un salto a la valla, Nora comprobó ayer que hay demasiadas esperanzas depositadas en cada intento de llegar a Europa. Tantas, que como ayer ocurrió, son miles las personas que pierden la vida intentándolo.