Como un niño. Aferrado a su compañero de fatigas. Como cuando éramos críos y nuestros mayores nos portaban 'a caballito'. Entonces les cogíamos del cuello, presos del pánico, hasta casi ahogarlos porque temíamos caer al suelo.
Así le vimos. Destacando sobre el resto de inmigrantes. Recogido por un amigo que le servía de 'muleta humana'. Con el rostro aún marcado por el miedo. Es Alfa. Un joven que refleja el drama de la inmigración. Una inmigración que le ha pasado factura, que le ha marcado para siempre, que le ha hecho sufrir pero que no ha conseguido atraparlo. En ese camino desconocido, en ese periplo marcado por vejaciones, extorsiones, anulación de los derechos humanos, odios y agresiones, Alfa perdió parte de su pierna. Dice que le dispararon soldados argelinos. Que después le curaron, ocultaron sus heridas, le abandonaron en una travesía que solo superan los fuertes. Era menor, pero nadie le protegió. Era menor, pero nadie denunció lo que le había pasado. Era menor, pero nadie se interesó por intentar que no perdiera parte de su pierna.
Las fuerzas le han acompañado durante todo este camino hasta llegar a Ceuta, en donde esperará que su futuro cambie, que al menos tenga una oportunidad. Mirar a los ojos de este joven es mirar hacia el vacío. La alegría de los demás compañeros temía anidar en quien ha sufrido de todo demasiado joven, en quien siempre se verá acompañado por las marcas de la inmigración.
Imágenes como la de Alfa deben hacernos recapacitar. Desgraciadamente cuesta encontrar la reflexión entre quienes demuestran haber perdido la humanidad. Los primeros y únicos comentarios que se efectuaron en las redes sociales fueron para criticar al inmigrante, para denunciar que vienen a 'comernos', para dejar pasar todo el odio. Por el escaso tiempo en el que se emitieron, deduzco que sus autores ni siquiera leyeron la noticia, se interesaron por la historia de Alfa, se detuvieron en las imágenes de solidaridad entre quienes no tienen nada pero se ayudan entre ellos, comparten, se apoyan... Todo eso parece dar igual, nos vence la obsesión por el otro, nos domina el odio hacia otras personas de las que ni sabemos historia ni queremos saberla.
Es demasiado triste. Es todo tan bajo, tan inhumano que llega a asustar porque desgraciadamente estamos creando un mundo con muros virtuales, con enfrentamientos entre quienes ni quieren cambiar de pensamiento ni permiten que otros les abran los ojos. Confío en que cambiemos algún día. Aunque sea por el bien de nuestros corazones. Sí, para salvarnos.