Hace dos semanas comentábamos la importancia de las crisis económicas en el despertar social hacia formas más enriquecedoras de cooperación cívica. En periodos de crisis (económica) se puede provocar más fácilmente la transformación de la sociedad, pues la mente y el pensamiento humano suelen estar mucho más aletargados en tiempos de sobreabundancia. No obstante, por sí mismas las crisis no resuelven problemas sino que más bien a corto plazo los generan y agravan, y si además son tan profundas e intensas que afectan a la estabilidad del sistema económico, llegan a provocar auténticos caos en sociedades que han perdido el músculo para enfrentar desafíos; en el caso de pérdida de recursos naturales esenciales, la sociedad se deshace y simplemente desaparece.
Si reflexionamos atentamente podemos llegar a concluir que ha sido la crisis económica y la consecuencia de la puesta en acción de políticas antisociales las principales variables que han actuado como acelerador de los cambios que se estaban gestando en la sociedad civil. Una marea silenciosa de personas comprometidas con la democracia avanzada ha estado escrutando nuestro sistema político llegando a conclusiones desconcertantes; esto por supuesto ha estado sucediendo en muchos lugares de Europa, pero ha sido en países como el nuestro, con más nivel de caciquismo y política altamente burocratizada, dónde se ha gestado la base del cambio político en el que estamos inmersos. Es altamente gratificante ver entrar en el Congreso de los Diputados a tan variada representación de la sociedad española; ¡se acabaron las chaquetas y las corbatas generalizadas!, hay más formas de vestir decorosamente y menos alienantes. En poco tiempo los políticos profesionalizados de los dos partidos tradicionales de la alternancia se parecen más a momias decimonónicas, con sus sofisticadas y recargadas indumentarias, que a representantes de una sociedad del nuevo milenio.
Mientras la sociedad se modernizaba, nuestras señorías estaban demasiado entretenidos dentro de su gran y bien custodiada torre de marfil. Hasta partidos de corte reformista como UPyD han sido injustamente barridos por anticuados. El cambio ya está aquí y la nueva forma de hacer política debe empezar a sustituir a la antigua usanza del cerrojazo partidero. Esencialmente, la política debería contribuir activamente a la construcción democrática de la sociedad y a su progreso moral y, muy secundariamente, al material. Justamente, será tarea de la nueva forma de hacer política recuperar algunos ideales, no utopías, intemporales como la cooperación ciudadana y la salvaguarda de los servicios sociales que nos dignifican como seres humanos.
Hoy en día esto no está en las manos de los partidos políticos sino de las plataformas ciudadanas que con sus frescas e ingeniosas iniciativas están haciendo mucho más por la recuperación del civismo y del apoyo mutuo en las ciudades que los generalmente ineficientes programas financiados con nuestros sufridos impuestos. Así por ejemplo el grupo de arquitectos británicos ‘Assemble’ ha entendido que la cooperación con los vecindarios es una formidable manera de desarrollar proyectos ilusionantes y edificantes; afortunadamente los arquitectos han empezado a comprender que su especialización no puede ni debe reducirse a una forma de ganarse la vida, esto supone una simplificación insoportable. Por ese motivo, en un alarde de integridad y realización profesional se han lanzado a rehabilitar casas de barrios desahuciados en Liverpool y a proponer aprovechamiento de espacios para fines culturales en Londres; por supuesto en cooperación con ciudadanos comprometidos con sus vecindarios.
El compromiso con el lugar es crucial, tal y como indica Jane Jabobs en muchos de los capítulos de su libro ‘Muerte y vida de las grandes ciudades’; también lo es para la concepción vitalista y naturalista de Patrick Geddes, el sabio escocés que incluye el territorio en su trilogía de aspectos esenciales de la vitalidad de una sociedad/ciudad. Aquí, en la marinera ciudad, hablar de estas cosas es por desgracia predicar en el desierto, pues el partido de la derecha hegemónico continúa manteniendo un poder absoluto en el pleno municipal y no permite que se produzcan iniciativas ciudadanas que no puedan tener bien controladas. La Agenda 21 quisieron controlarla, pero como vieron que nosotros no nos prestábamos, la guardaron en el cajón de los asuntos pendientes; hay que ser un audaz representante de la irreflexión perpetua y habitante de la república de los déspotas iletrados para dejar en la cuneta un documento que cuenta con tanto consenso social. Esto sólo está al alcance de gobiernos con las mentalidades menos democráticas de nuestra democracia. Por otra parte, la imposición del pensamiento único prevalente en la corporación que gobierna el ayuntamiento hace prácticamente imposible desarrollar iniciativas conjuntas con los consejeros más accesibles y los funcionarios más despiertos y talentosos. Hoy en día, contar con algún tipo de financiación inteligente para crear tejido urbano inclusivo y humanizado que salga de las arcas municipales es imposible. La única posibilidad deberá ser desarrollar iniciativas ciudadanas de consenso que puedan funcionar con modestos presupuestos o con financiaciones graduales que permitan crear espacios urbanos consensuados, incrementando la diversidad urbana.
Claro que esto llevará a enfrentamientos importantes con el PGOU del futuro (si es que llega algún día), que tenderá a beneficiar y legitimar la codicia facilitando los derribos de edificios catalogados, reduciendo nuestro maltrecho y muy mutilado patrimonio arquitectónico urbano. Y es que de acuerdo con las teorizaciones sobre fisiología urbana divulgadas por Jane Jacobs, la rehabilitación de los vecindarios atrae diversidad a nuestras calles y esto genera mejores prestaciones vitales y económicas, pero no alienta pelotazos inmobiliarios. Pero, para llevar a cabo estas actuaciones, hay que conseguir dinero gradual y diverso que permita tanto rehabilitar como construir algunos nuevos inmuebles que introduzcan novedad, a la vez que armonía, allá donde se necesiten, mezclar las células que componen el tejido urbano sin llegar a crear mamarrachadas sin sentido.
En otro de nuestros artículos hablaremos de la política de vivienda social que se lleva en la marinera ciudad y sus consecuencias.