La conocida estrofa del musical “West Side Story” “I feel pretty and witty and bright” bien podría interpretar el estado mental de un grupo de habitantes de la marinera ciudad a la que al parecer les debemos perdonar casi todo, y especialmente su encorajinada contribución a la contaminación acústica nocturna. Fue el sábado pasado que me topé con un juergueo nocturno en el que los principales protagonistas eran los
niños desbocados y enloquecidos. Sueltos por el paseo del revellín y las placitas colindantes mientras sus padres, que se lo merecen todo, se atiborraban de copitas y comida chic. Los alaridos de algunas de estas criaturas no provenían de un ambiente normal dónde los pequeños dan la necesaria rienda suelta a sus instintos y se desmelenan jugando a placer y desfogando sus energías, a las horas propias que indica el buen sentido de la correcta virtud natural, adquirida mediante la costumbre de imitar lo adaptativo y apropiado al ser humano.
No, en este caso los alaridos eran proferidos por niños alterados, indisciplinados y confundidos, que campaban a sus anchas sin control alguno de sus progenitores a horas inapropiadas para sus edades. El centro neurálgico de Ceuta se convierte en un parque de atracciones nocturno para los cachorros de los triunfadores provincianos de Ceuta. Estos son un colectivo, normalmente de personas de mediana edad, con trabajos excesivamente bien remunerados y mentes confusas, típicos representantes del hedonismo nihilista que nos está destruyendo socialmente. ¿Qué tipo de pulsiones puede llevar a estos autocomplacientes progenitores a salir por las noches a buscar un desahogo que deberían encontrar de una manera menos molesta para los que no gustamos de estos excesos nocturnos?. Además, siendo tan felices, como quieren hacernos ver a todos, con sus vidas instrumentales ¿por qué terminan los fines de semana comiendo, bebiendo y parloteando hasta altas horas mientras sus hijos campean a sus anchas produciendo un sonido spaventoso (prefiero utilizar el término italiano que me parece que tiene más fuerza expresiva que el equivalente en español)?. Estas nuevas costumbres que martirizan a muchos ciudadanos no son precisamente comportamientos virtuosos. No lo son para los niños, y es moralmente reprobable que se les haga pasar por estos atropellos horarios en contra de su buena educación y costumbres futuras. Ocuparse de los niños no es establecer una organización instrumental que les asegure una buena instrucción en conocimientos prácticos, y les permita buscarse un buen empleo a la vez que se desatienden otras cuestiones que les harán tener una vida plena. Los niños no pueden ser considerados como pequeñas máquinas humanas a las que hay que preparar para entrar en el mercado laboral sin dejarlos vivir plenamente y sin educarlos para que respeten las costumbres socialmente adaptativas, germen del civismo. Somos un animal profundo y espiritual, con necesidades que yacen en los abismos de nuestro interior y que no se pueden sustituir con dinero, éxito profesional y consumo de todo, incluso de niños, para aparentar ante los demás que lo hemos conseguido todo en la vida. Es, por tanto, que este tipo de costumbres de nuevo cuño de herir los oídos y cerebros de los demás, abusando de la paciencia colectiva, es más propio de narcisistas descarriados, que piensan que pueden hacer cualquier cosa con sus vidas mientras no se cometan ilegalidades.
Hay que rizar mucho para ver una ilegalidad en unos inocentes juegos de niños y niñas víctimas de unos padres irresponsables, que solo piensan en ellos mismos y que posiblemente trasmitan este legado de mala educación a sus vástagos inocentes. Seguro que a algún sesudo burócrata se le podría ocurrir la abominación de crear el carnet de progenitor con el fin de conseguir con coacción lo que es terreno del buen sentido natural. Ya estamos inmersos en una comunidad que dista mucho de ser ética, pues carece de un comportamiento socioeconómico poco ejemplar en su derrochador estilo insostenible. También sumamos desde hace años comportamientos incívicos que promueven varios desmadres, entre ellos el particular alterne fiestero que ya ha traspasado los límites de los locales al efecto, se expande como la lava pahoehoe de los volcanes de Hawái, y que incluye directamente a los vástagos de estas parejas en las noches sabatinas. Me parece que en estos casos, no son las leyes las que deben actuar sino más bien una reeducación del alma, que explique a estas personas que existe algo más que encerrarse en una vida convencional mercantilistamente satisfactoria pero no plena.
Que este tipo de existencia no canalizará las necesidades del impetuoso espíritu humano y que necesitan cultivarse cultural y mentalmente para alcanzar los niveles de existencia que nuestra sed de eterna búsqueda anhela. La corresponsabilidad con la polis es prácticamente una necesidad de elevación, que podrían cultivar si no estuvieran tan ocupados adorándose a sí mismos. Podrían comprender que, a pesar de sus delirios, simplemente quizá ellos no sirvan para alzarse por encima de la muchedumbre si no se han tenido nunca ideas propias más allá de preocuparse por el futuro de uno mismo.
No deben tampoco extrañarse mucho, aunque les fastidie e irrite, si algunos de los políticos iletrados y anti lustrados que tenemos en Ceuta han conseguido notoriedad social gracias a su pertenencia a un partido. Quizá deban entender nuestros ingenuos narcisistas que una persona puede exhibir un comportamiento socialmente ejemplar contribuyendo con la especialización profesional en la polis, manteniendo una relación matrimonial y familiar presidida por la ética y promoviendo el progreso y el afianzamiento de las costumbres adaptativas en la familia propia. No hay nada reprobable en tomar copas y entablar amenas conversaciones con amigos y conocidos, son costumbres aceptadas y forman parte de la forma de vida de muchas personas de nuestra ciudad y de todo el país. Sin embargo, al traspasarse ciertos límites por parte de algunos, se están amplificando comportamientos antes marginales que se consolidan en normales por incapacidad manifiesta para adaptarse al ambiente social cuando ellos deciden que su diversión no tiene barreras. Claro que desde el ayuntamiento de Ceuta se han alentado estas extralimitaciones horarias y con ellas la contaminación acústica, en la supremacía de los supuestos derechos económicos de los bares respecto al resto de la población que lo sufre.