La decisión del Gobierno de la Ciudad de revocar la aprobación inicial del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) nos ha dejado a muchos estupefactos. Después de siete años de tramitación de esta herramienta clave de gestión urbanística han decidido retrasar al menos dos años su aprobación definitiva, si que alguna vez se llega a aprobar, cosa que ya dudamos.
La principal razón esgrimida son las “muchas” y “buenas” alegaciones presentadas durante el periodo de exposición pública. ¿Muchas y buenas? ¿Eso es todo? Creo que los ciudadanos nos merecemos un poco más de rigor por parte del Gobierno en un asunto tan importante como la definición del modelo de ciudad y la estrategia para mejorar la calidad de vida de los ceutíes. Es llamativa la falta de transparencia de la Ciudad. Forma parte de su particular “marca política”. Lo mínimo que podrían haber hecho es presentar las conclusiones del proceso de exposición pública del PGOU: número de alegaciones presentadas, entidades y organizaciones participantes, valoración técnica de las propuestas, alegaciones aceptadas,etc… Es lo menos que merecemos las personas y organizaciones que han dedicado, como es nuestro caso, muchas horas de trabajo a estudiar el PGOU y redactar unas alegaciones lo mejor fundamentada posible. Igual no lo han hecho porque son tantas las alegaciones que debían aceptar que iban a quedar fatal ante la opinión pública. Nada de extrañar teniendo en cuenta que el documento del PGOU estaba desfasado, plagado de incoherencias, fallos garrafales y claros incumplimientos en materia ambiental y urbanística.
Aunque la justificación de la revocación de la aprobación inicial del PGOU han sido las “muchas y buenas” alegaciones presentadas, a nadie se le escapa que muchos empresarios de la construcción andaban muy nerviosos ante el retraso en la ratificación definitiva de este documento urbanístico. Algunos pensaban que la contestación a las alegaciones iba a ser un mero trámite rápido y sencillo, pero no ha sido así. Las hojas del calendario han ido cayendo y el PGOU no terminaba de llevarse a pleno para su aprobación definitiva. Una vez aprobado por la Asamblea debía remitirse al Ministerio de Fomento para su supervisión y aprobación final. Y mientras tanto los empresarios del sector de la construcción sin poder obtener las perceptivas licencias urbanísticas imprescindibles para la puesta en marcha de sus proyectos. Desde luego no debían de estar muy contentos y es de suponer que habrán transmitido este malestar de manera constante y persistente a los máximos responsables del gobierno de la Ciudad.
Según ha comentado a los medios de comunicación el recién estrenado Consejero de Fomento la intención de la Ciudad es reescribir el contenido del PGOU “tomando como base” el documento aprobado inicialmente y “enriqueciéndolo” con las alegaciones que se han presentado durante su exposición pública. Esta composición de tintes culinarias me ha recordado una definición muy sarcástica de Lewis Mumford sobre algunos planes de ordenación urbana.
Decía Mumford que muchos planes urbanísticos son “un revoltijo mal concebido en el que un gran número de ingredientes, algunos buenos y otros no tanto, han quedado mezclados: los cocineros han intentado satisfacer todo tipo de gustos y apetitos; la idea que ha guiado a los que seleccionaban la comida ha sido “venderla” a los comensales, pero sobre todo a los que han pagado a los cocineros. La mezcla resulta indigerible y poco apetecible: pero aquí y allí aparece algún manjar que puede cogerse y comerse a gusto”. Esto es lo que ha pasado con el PGOU de Ceuta.
El primer borrador del PGOU, que nunca llegó a hacerse público, tenía sus deficiencias, pero gozaba de cierta coherencia y proponía medidas muy sensatas como la protección integral del Monte Hacho o la reorientación de la movilidad urbana hacia modelos muchos más sostenibles y racionales. Era una “buena base”, pero unos y otros empezaron a quitar y poner ingredientes para satisfacer el apetito insaciable de dinero de los más influyentes comensales que se sientan a la mesa del poder. El resultado final fue un plato de mal gusto que, como comentaba Mumford, ha terminado siendo “indigerible y poco apetecible”. No ha quedado más remedio de tirarlo a la basura y empezar de nuevo. Sería un gran error dejar la elaboración del próximo menú a los mismos cocineros y a todos los listillos que tienen acceso a la cocina donde se tomaban las grandes decisiones sobre el contenido del PGOU. Desde nuestro punto de vista, las bases del “plato” y la elección de los “ingredientes” tienen que tomarse con la mayor participación ciudadana posible. No estamos en Ceuta para “comida basura” ni “platos precocinados” en el caluroso horno del poder. Necesitamos elaborar un PGOU que conecte con el espíritu o “genius loci” de Ceuta. Todos los ciudadanos tienen el derecho de participar en el diseño de su ciudad, un proceso que comienza con su implicación en el análisis de nuestro marco geográfico, natural e histórico y puede concluir en una exposición sobre el pasado, el presente y el futuro que queremos para Ceuta. Esta exposición debería complementarse como la exhibición de buenos ejemplos de planes urbanísticos en otras partes y con la recepción de proyectos y sugerencias referentes al futuro de la ciudad. Lo importante que este análisis y exposición cívica es que sea capaz de generar debates y críticas generales y especializadas que permitan la redacción del mejor PGOU que sea posible.
Nosotros, como decía Mumford, somos optimistas en cuanto a las posibilidades, pero pesimistas en cuanto a las probabilidades. El desaliento, el pesimismo, el cinismo y la dejadez son las actitudes espirituales normales en nuestra sociedad y no son fáciles de curar. La generalizada falta de ambición espiritual, intelectual y creativa, incluso entre los más instruidos, lleva a los ciudadanos a ignorar su obligación moral de contribuir a la conservación, protección y acrecimiento de nuestro patrimonio cultural y natural, así como a la indispensable labor de transmitir, -según el juramento efébico-, “la ciudad no sólo no menor sino mayor, mejor y más hermosa de los que nos fue transmitida a nosotros”. Esta falta de ambición en todos los aspectos fundamentales de la vida es algo alentado desde el complejo del poder. Nuestro sistema educativo aísla a nuestros niños y niñas de la naturaleza, les inocula el virus de la competencia y les anula la innata capacidad de la curiosidad y la creatividad. Asignaturas que fomentan el pensamiento crítico como la filosofía han reducido su presencia en los programas educativos a favor de nuevas disciplinas como el “emprendimiento”.
¿Y los adultos? Pues entretenidos como sus dispositivos electrónicos que los aíslan de su entorno natural, urbano, familiar y social. Mientras que nos entretenemos con nuestras luminosas pantallas la naturaleza y la propia ciudad se degrada para beneficiar a unos pocos que, además de padecer la misma falta de ambición espiritual y mental, no tienen altura moral ni ética. Muchos nos tenemos que estos últimos ya estarán esperando en la puerta de la “cocina urbanística” para sazonar a su gusto el próximo PGOU.