Es año de elecciones y después de los griegos campamos nosotros por banda. Ya están dispuestas las bolas en el billar y ya nos enfila el taco con la flecha, sin saber bien a dónde nos mandará la ruleta de su fuerza. Lo vemos, por eso mismo, todo verde y está tan bien que nos enferma la impaciencia cada vez que escuchamos un telediario. Nuestras cadenas privadas ya son vetustas, nuestro niño Rey también y peinamos canas
en la garganta, guarecidos en la pendencia, la nostalgia y los ecos pasados. Hay cosas que nos embisten y otras que nos dan por el asfalto, lo mismo es vejez temprana, lo mismo atasco de indigestiones navideñas.
Lo único cierto es que nos vienen elecciones, como pubertades , con piel erizada por lo vellos que corroen la inocencia, con sabores de besos robados a medias en una casapuerta, con carnavales orinados y lejanas puestas de sol en una Alameda. Nunca volveremos a vernos –a nosotros mismos– iluminando una luna en la suave ondulación de las olas de la mar quieta. Nunca volveremos a París, porque no tenemos ni fondillo que nos guarde, ni caminaremos sobre las aguas, porque somos de tierra ostionera y nos pesan las enaguas. Debemos preparar los oídos para guerras internas, para escuchar mugidos de ovejas y vacas trashumantes de heces y negociaciones y pactos y pancartas y gente enfadándose, cuando se frotan manos y regocijan en secreto, como púberes , con la gran final del acto carnal de balcones itinerantes.
Es el goce de los sentidos lo que preside los Carnavales, y las risas y el alcohol que corre a desembocarse, río que nace en las gargantas de los paseantes y que desagua por calles milenarias que desbandarán en unos meses de propaganda de partidos y vocales. Cabezas bien peinadas y pensantes, en sillones que recoger nalgas, que son las tarjetas negras un aprecio y más si llevan aparejados coches millonarios. Los corruptos nos salen hasta en la sopa y los vemos cada día como a la Esteban, con la misma indulgencia de una madre cuando su púber llega tras una noche de Carnavales, fagocitado, vomitado y desecho.
Somos consentidores de cuernos verbales, de mentiras dichas, de verdades a medias y de propaganda electoral , que inunda los domicilios y las aceras, en fechas próximas , no tan lejanas, porque a día de hoy solo se esperan micciones y regurgitaciones, que es gloria bendita ver a los jóvenes –y no tan jóvenes– pasear su desidia y encantos por calles y callejones , que durante el estío duermen el paro y en el invierno, la mala vida. Barrios de quita y pon, en boca de electorables, barrios de buena gente y vida perra, donde los vecinos de conocerse se hacen huesos de muela jodida, hueso de puchero sin caldo y olla vacía, porque la cosa está muy malita y la luz no se paga sin pana.
La copla tiene magia y tiene misterio, pero no da trabajo –ya– ni a las sastras, porque no hay para nada y los imperios hace mucho que se mudaron, a otros lares de todo a un euro.
Los fenicios son demodé y en cambio hay gozo al chino, que si vienen con miles de euros están benditos y mismo es que hay que ahorrar como ellos, comprar las casas con apoyo familiar como ellos y montar los negocios, como ellos, trabajando 24 horas cada día. Pero sureños, cafeteros, neoclásicos apegadores de barandillas, tenemos que vivir, sestear al sol de la bahía y encabritarnos cuando tenemos sueños, de no tener nada por lo que morirte de empeños.
Que la olla estará vacía de condumio , pero está llena de proyectos. Y eso es lo que nos pierde y eso es lo que nos inflama, la saciedad de unos tiempos en que lo que ponen en el plasma nos llama y que el móvil no sea un ladrillo es lo que más vale y que nos vistamos de necios, aunque sea de prestado. Ya están dispuestas las bolas en el billar y ya nos enfila el taco con la flecha sin saber bien a dónde nos mandará la ruleta de su fuerza.