Trabajar en no hacer nada fingiendo que se hace algo es un arte de difícil ejecución. El interpretarlo a lo largo de los años requiere cierta habilidad al alcance de pocos. Pero, además sacar rédito de trabajar en la pantomima, es de sobresaliente. A esto se dedica buena parte de la política en estos tiempos, a la comedia política, a fingir que se trata de una profunda lucha ideológica y sin embargo solo consagrarse al gesto electoralista.
La pantomima requiere menos esfuerzo e intelectualidad que fundamentar un discurso sólido, repleto de argumentos, que pudiera servir para la construcción de una España mejor. Con la comedia política se justifica el escaño, se sacian las posturas más radicales y se deja vacío de contenido todo lo que pudiera tratarse en los foros democráticos. Los problemas quedan, año tras año, para el sufrido ciudadano; y las portadas de los diarios, para el escaño que realice la acción más grotesca del día: desde amagar con tirarle un pestilente zapato a un ponente, hasta el manido recurso de atacar al catolicismo, pasando, eso sí, por hacer un llamamiento a la lucha de clases desde las mesas de un refinado restaurante con un mantel cargado de delicatesen.
Los actos preferidos para estos actores de dilatada experiencia en mentideros, son las conmemoraciones de eventos cargados de significado humanista como puede ser el “día universal del niño”, o el de “apoyo a víctimas del terrorismo”. Este tipo de eventos se han convertido en ocasión ideal para realizar el gesto de criticar al gobierno de turno.
La labor de una oposición que aspira a gobernar no es criticar al gobierno en cualquier oportunidad, eso es electoralismo. A lo que debe dedicarse una oposición, que realmente quiera ser disyuntiva, es a fiscalizar al gobierno y a presentar alternativas reales.
Resulta chocante asistir a discursos donde se hace un llamamiento a las necesidades más imperiosas de la infancia en España, que no son más, ni menos, que evitar la pobreza; y sin embargo, esta invocación se realiza desde mullidos escaños excelentemente remunerados y bajo el tratamiento de ilustrísima. Es chirriante culpabilizar a un gobierno de las miserias que pasa la infancia en España y defender al mismo tiempo el más execrable crimen que se comete con ellos: el aborto.
Es ingrato asistir a la brillante actuación de compungidos en los actos de apoyo a las víctimas, mientras que por la puerta de atrás salen a tropel los terroristas de la cárcel, casi como los congresistas antes de un puente. Y lo peor es intentar echarle todas las culpas a un gobierno popular que nada tiene que ver con la labor de López Guerra – zapaterista de pro – en el tribunal europeo, pero sí mucho que decir por la celeridad con la que etarras vuelven a sus hogares.