Tengo especial recuerdo de un día del Apóstol - hace ya muchos años - en que conocí la Ciudad de Santiago de Compostela y los solemnes actos celebrados en la Catedral. Yo, entonces, era Guardiamarina y fui con mi Promoción, embarcada ese Curso en el Minador "Neptuno" a los actos celebrados en honor del Patrón de España. Naturalmente guardo un recuerdo muy vivo de la emoción que todo ese día fue para mi alma. Algo que siempre está vivo en mi mente y mi corazón. He estado otras veces más en Santiago; la última hace un par de años con mi esposa que tenía especial interés en volver a abrazar al Apóstol, quizás para despedirse porque su enfermedad la acosaba con nuevas señales de importancia. No le faltó razón y yo uní mis sentimientos a los de la primera visita que hice al Apóstol, cuando era un joven Guardiamarina.
Ahora Santiago de Compostela y toda España se ha llenado de dolor con la tragedia de ese moderno tren que ha descarrillado, en sus cercanías, causando un gran número de muertos y heridos. Algo. de tan grandes dimensiones y tragedias, que ha superado todo cuanto en ese sentido conocíamos en nuestro país y que, naturalmente, nos ha producido una tremenda impresión a todos los españoles. Las informaciones se van sucediendo en los medios de comunicación y no dejan rincón sin reconocer o persona a la que pedir opinión complementando así las declaraciones de Su Majestad el Rey, del Presidente del Gobierno y el de la Comunidad Autónoma Gallega. Todo el mundo está pendiente de las últimas palabras sobre el hecho y se van conociendo detalles particulares que son recogidos como lo que son, el dolor de la Gran Familia Española.
Hoy no es día, a mi entender, de escribir un Artículo de características normales y corrientes como venimos haciendo desde hace bastante tiempo, sino que la mente se va a lo que es en sí misma la tragedia acaecida, que no es otra cosa que dolor fuerte sin que, de momento, se analicen detalles. Tiempo habrá para ello y personas especializadas están trabajando intensamente en esclarecer detalles y conocer cuestiones concretas que afecten a unas u otras personas.
Yo me limitaré a decir que cuando la tragedia se adueña del alma, ésta se siente fuertemente dolorida y motiva una especial y dolorosa disposición a la oración por cuantos está sufriendo las consecuencias de lo ocurrido. Es hora de meditar profundamente en la fragilidad de la vida humana y cuánto necesitamos moralmente unos de otros. Mi mente y mi corazón están con todos los que, de alguna forma, padecen las consecuencias del siniestro y, por supuesto, con las víctimas mortales.