Vencido. Vacío. Silente. Dolido. Así es como me siento después de visionar el telediario, según el cual nuestro país a colocado deuda soberana al 2% con vencimiento a tres años; donde la prima de riesgo repunta 21 a la baja lo que invita al optimismo de los mercados; donde la bolsa mira con buenos ojos la próxima reunión del G20; donde los activos tóxicos van a concentrarse en un banco malo; y donde la banca privada está a punto de recibir una transferencia de 25.000 millones, cantidad que será devuelta en tiempo y norma en un alarde de ingeniería financiera.
En la tele, los ministros de economía se dejan grabar en la dichosa sala de reuniones de Bruselas, mientras se gastan bromas de colegiales. “¡Qué bonito debe ser saber idiomas!”- me digo al ver la imagen de Van Ron Puy y Cameron departiendo amigablemente.
¡Qué bonito entender las gráficas, y discernir que la desaceleración en la destrucción de empleo es una buena noticia!
Quizá no lo sepáis, pero yo iba para periodista…, de esos que entienden. Teníamos Economía en el primer curso de la carrera. Aún recuerdo los manuales de Lipsey y de Samuelson, impolutos, eso sí.
La asignatura de Economía jugaba con desventaja, pues siempre era a primera hora, a las 8,15. Sin grandes esfuerzos para remediarlo, llegaba cinco minutos tarde, y antes que interrumpir la clase e incurrir en descortesía, bajaba las escaleras hasta donde se encontraba la cafetería y la pandilla de amigos de la misma condición. ¡Qué bonito es el mus!
El caso es que pasaron los años, cinco, y cual era mi afán por avanzar, que me planté en quinto de carrera con la Economía de primero colgando.
Tamaña proeza pasará los anales del delito, pues a esas horas mi madre trabajaba denodadamente en la sucursal de Cajamadrid para sacar adelante a su hijo periodista, segundo vástago de siete. En definitiva y primero, tengo la fundada sospecha de que mi esquizofrenia es producto de un desorden monumental. En definitiva y segundo, si se da el caso que al descorchar mi botellín de cerveza número 10.000 se me aparece el genio de la marca, le pediré como deseo entender de economía, aunque sólo sea por participar en las tertulias de los amigos. Bueno, al cabo de tres o cuatro años de crisis algo sé: el empleo favorece el consumo; el consumo mantiene la producción; la producción genera empleo. ¡Qué felicidad!