En tiempos del gobierno de Zapatero se publicó en un diario de tirada nacional que los españoles que cumplen penas en las cárceles marroquíes se están pudriendo de puro asco, de pura miseria y de pura necesidad. Duermen en colchonetas mugrientas, rodeados de cucarachas y comidas inmundas en las que flota algún que otro bicho. Pues bien, reclamada la atención sobre el particular del ministro de Exteriores de turno y del embajador y cónsules en el país marroquí, todos llegaron a la misma conclusión: Marruecos es un país soberano y no es posible intervenir en cómo gestionan sus cárceles. Cierto todo ello. Pero si Marruecos es un país soberano y no admite injerencias en asuntos internos, pregunto, ¿por qué no es soberano para proteger a sus menores? Otra pregunta, ¿quiénes somos nosotros para hacer que Marruecos eluda su responsabilidad sobre sus menores si es un país soberano? Otra más, ¿por qué cuando aparece un menor en España procedente de un país europeo, se devuelve sin ningún problema y no nos hacemos cargo de él? Tengo la sensación de que nos hemos arrogado un papel que no nos pertenece. Los responsables de esos niños hay que buscarlos en su país de origen, Marruecos. Diga lo que diga el exaltado camarada Aróstegui, el responsable es Marruecos. Aquí nadie odia a nadie, y menos a esos niños. Esa soledad que dice que sienten se puede eliminar cruzando la frontera y yéndose a sus casas. Así de sencillo. No tenemos que cargar con la responsabilidad que les pertenece a otros, a sus padres y al gobierno marroquí. No debemos pagar las facturas de estos menores sabiendo que sus padres no andan tan lejos y ellos saben en dónde. Hasta ahí podríamos llegar.
No es cuestión ni de racismo ni de xenofobia. En este país de nuestras entretelas hemos tomado la costumbre de sacar a pasear esas dos palabras: racismo y xenofobia. Y de amedrentar con ellas al vecino. De tanto sacarlas de contexto han perdido su virtud, ya apenas significan lo que de significado primigenio tenían. Si le dices al ciudadano que guarde turno en la cola, te escupe que eres un racista. Si le dices al cara dura que no aparque donde no debe, te escupe que eres un racista. Y así en este plan. Si fuéramos racistas y xenófobos ya habríamos puesto a esos menores en su país, tan sólo llevarlos a la frontera y dejarlos allí. Así que menos lobos.
La teta ceutí de los servicios sociales, que por cierto pagamos todos, ya no da para más. Se está secando con tanto menesteroso de aquí y, sobre todo, de allí. Recuérdese el número de ciudadanas marroquíes que vienen a parir a nuestro hospital, y no es porque pasaban por la frontera y se pusieron de parto, no, vienen a parir con días de antelación. Y, sin embargo, cualquier ceutí que tenga un contratiempo o un accidente en Marruecos tiene que pagar hasta las tiritas que le pongan. Ya nos hemos acostumbrado a que nuestros políticos más cercanos se pongan de perfil para no darse por enterados de las cabronadas que nos hacen los marroquíes. Ya se nos va agotando la paciencia, puesto que no vemos la reciprocidad por ningún lado.
Todas estas historias de marroquíes que se instalan de una u otra forma en nuestra ciudad no dejan de ser, digamos, un inconveniente, para Ceuta. En primer lugar, la demografía empieza a desbordarnos, al crecimiento vegetativo se añaden los marroquíes que se asientan en nuestros escasos 20 km2. El problema de la vivienda es angustioso, las plazas escolares y los puestos de trabajo escasean, el incremento del índice de criminalidad, el fracaso escolar en alumnos que tienen por lengua materna el dialecto dariya, y la enorme huella ecológica que dejamos en nuestro continuo vivir sobre el terreno, nada de ello es despreciable. Y hay un hecho que tampoco lo es y que no debería ser soslayado: y es el no desdeñable número de ceutíes que buscan pareja al otro lado de la frontera, ellos y ellas. ¿Por qué iba a constituir un problema buscar pareja allende la frontera? El sentido común parece avisar que la integración de comunidades étnicas minoritarias no mejora con la tendencia a traerse a cónyuges del extranjero, en este caso, de Marruecos. Esos y esas que vienen del otro lado difícilmente se sentirán concernidos con la ciudad a la que llegan y con el país al que aspiran a pertenecer como ciudadanos. Todo eso es descorazonador para los ceutíes, que asisten impotentes a una invasión encubierta, junto con los MENA, invasión que en un futuro, quizá no lejano, pueda pasar factura a nuestra ciudad y a nuestro país.
A todo esto, pareciera como si se quisiera minimizar que existe una frontera real en el Tarajal, que separa dos países muy diferentes desde todo punto de vista. No es lo mismo lo que hay acá, que lo que hay allá. Parece que a ciertos ciudadanos muy concretos les importa mucho que esa frontera cada vez sea menos real y más virtual, más ficticia. Querrían hacer un ‘continuo’. Son esos ciudadanos que tienen intenciones aviesas respecto del futuro de Ceuta como ciudad española. Y que los hay, amigo, los hay. De todas maneras, lo que no somos es tontos. ¡Ah!, y no creamos que todo lo que nos ocurre es inevitable y, por lo tanto, sólo podemos soportarlo. De ninguna manera.