Eso es lo que piensan los alemanes que tenemos con ellos, creen que los odiamos como chivo expiatorio de nuestras culpas, y en gran medida llevan razón. No hay que buscar lejos lo que tenemos cerca, las razones de nuestra profunda crisis y las soluciones a la misma pasan por nosotros, por nuestro gobierno, y no por lo que se le antoje a Alemania.
Mientras los alemanes piensan que Merkel es blanda con la eurozona, aquí resulta más fácil echarle la culpa a doña Ángela, que a todo un Estado hipertrofiado que creció al amparo de la burbuja inmobiliaria y la irresponsabilidad de un gobierno que no actuó con seriedad.
Ahora tenemos ajustes fiscales que duelen, que sitúan nuestra presión fiscal entre las más fuertes de occidente. El actual gobierno ha acudido a la vía del aumento impositivo para socorrer con carácter urgente al enorme agujero deficitario de los presupuestos. Pero eso es pan para hoy y hambre para mañana. Si no se toman las riendas y se reestructuran las administraciones y competencias, fundamentalmente las autonómicas, no saldremos nunca.
Las Administraciones Públicas necesitan reducir su gasto anual en alrededor de 135.000 millones de euros para acabar con el déficit. Se debe recortar el gasto no productivo, el despilfarro, el gastar por gastar. Cuando los socialistas manejaron los presupuestos aplicaron, como dijese Churchill, “la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia…[y] la distribución igualitaria de la miseria”. Para este pensamiento tener presupuestos con superávit era un concepto reprochable, mientras que los demás considerábamos que lo verdaderamente reprochable es tenerlo con déficit.
El modelo productivo que implantaron los gobiernos de Zapatero consiguieron que España bajará 19 puestos en la lista mundial de competitividad, y también se pusiera a la cola de esas listas en eficiencia (115/139), productividad (109/139), flexibilidad laboral (124/139), rigidez de empleo (119/139) y paro; consiguiendo que España necesitara pedir 500 millones de euros prestados cada día, haciendo que apareciese el recelo de inversores internacionales.
Los presupuestos que vienen son duros, mal encarados para todos, pero es la única vía para evitar el intervencionismo. El adoptar medidas impopulares es un acto de responsabilidad de nuestros gobernantes, que hacen prevalecer el interés de Estado antes que el partidista. Aunque estos deben saber que la paciencia y la capacidad de sufrimiento tienen un límite. Los ciudadanos estamos dispuestos a sacrificarnos por el bien general de nuestro país, ya lo hemos demostrado con el escaso seguimiento a la huelga general, pero a cambio queremos ver medidas y gestos que garanticen un futuro solvente.
Es fácil gobernar cuando las cosas van bien, la tentación de los políticos para inventarse nuevas formas para mejorar la felicidad de la gente es enorme siempre y cuando pague el contribuyente. Lo contrario, gobernar bien, es muy difícil.