El sistema democrático se fundamenta en la existencia de un cuerpo social integrado por ciudadanos libres, capaces de conformar una voluntad colectiva orientada a fortalecer los intereses generales. Practicar la democracia resulta extraordinariamente difícil. Ser ciudadano implica un fuerte sentimiento de pertenencia al grupo. Ser libre exige un notable esfuerzo de responsabilidad y coherencia. Tampoco resulta sencillo identificar el interés general, y menos aún adivinar los instrumentos más adecuados para satisfacerlo.
Es por ello que la democracia se degrada paulatinamente hasta convertirse en un paupérrimo juego de votaciones cuatrienales más acunadas en las tripas que en la inteligencia. El clamoroso déficit de espíritu crítico del electorado se manifiesta en toda su intensidad en los momentos álgidos del debate público.
Es lo que está sucediendo con motivo del endeudamiento de nuestro ayuntamiento. Durante años, un sector muy amplio de la opinión de nuestra Ciudad partícipe de la ideología conservadora, se ha dedicado a vituperar el endeudamiento de las instituciones públicas, presentándolo como la peor de las catástrofes políticas posibles. La palabra deuda se blandía como un anatema que conducía a sus ejecutores a la más inmisericorde condena. La lógica de este pensamiento lleva a concluir que, una vez descubierto el enorme volumen de deuda generado por el Gobierno de Juan Vivas, estas personas fueran extremadamente críticas con su gestión. Sin embargo, no es así. Quienes tanto se escandalizaban, ahora ensalzan con el mismo ímpetu las cualidades del endeudamiento. La opinión mayoritaria, como si de una masa amorfa se tratara, se deja manipular contradiciéndose a sí misma en un portentoso ejercicio de incoherencia que los inhabilita intelectualmente para el debate.
De una manera muy resumida la situación del Ayuntamiento, en relación con las deudas, es la siguiente: doscientos millones de deuda con los bancos a largo plazo (record absoluto de España), ochenta millones de deuda comercial (record absoluto de España en términos de deuda por habitante), cuarenta y cuatro millones de operaciones de préstamos a corto plazo; y veinticinco del Campus Universitario, financiado por un método peculiar de dudosa legalidad. En total, trescientos cincuenta millones de euros, aproximadamente.
Para quienes siempre hemos defendido que el endeudamiento de las instituciones (como el de las familias) es un instrumento no sólo útil, sino incluso imprescindible, para impulsar el progreso y el bienestar de las comunidades, la cifra de endeudamiento por sí misma, no explica nada. Las claves para evaluar el endeudamiento están en las causas que lo originan y en la capacidad de devolución. Esto se entiende perfectamente acudiendo a un ejemplo doméstico. La familia que se endeuda para comprar un piso está obrando correctamente, la que pide préstamos para jugar al bingo, está cometiendo un enorme despropósito.
Y es en esta tesitura en la que la política de Juan Vivas queda en sonrojante evidencia. Durante sus más de diez años de mandato, tras haber endeudado al Ayuntamiento en trescientos cincuenta millones de euros y haber consumido íntegramente dos Programas Operativos financiados por los fondos europeos, Ceuta es la Ciudad con más paro de España y el índice más elevado de pobreza; registra el mayor déficit de vivienda y equipamientos sociales; y es líder destacada en fracaso escolar; además de presentar un bochornoso desequilibrio territorial, que ha condenado a las barriadas del extrarradio a la más áspera infradotación.
La pregunta surge inevitable: ¿En qué se han gastado tanto dinero? Aquí radica la auténtica afrenta. Se ha invertido tan fabulosa cantidad de recursos públicos en construir un trozo de Ciudad de lujo, tejer una extensísima red clientelar de fidelidades, y cultivar obscenamente la imagen del Presidente.
Nos hemos quedado sin capacidad de maniobra financiera a medio plazo y atosigados por infinidad de problemas graves por resolver. Mientras tanto, la masa amorfa, ajena por completo al más elemental sentido de la congruencia, sigue aplaudiendo enfervorizadamente una cosa y su contraria, a condición de que lo suscriba Juan Vivas.