No recuerdo con exactitud el año, pero debió ser en el entorno de 1975, es decir, hace ya mucho tiempo. En esta ciudad se había desatado el llamado “boom del bazar” y eran verdaderas multitudes las que llegaban desde la Península para hacer aquí sus compras, pues los precios resultaban muy atractivos, gracias a la ventaja competitiva que nos deparaba, en aquella época, nuestro especial régimen aduanero de Territorio Franco. Los comercios, magníficamente surtidos, rebosaban de clientes foráneos (los llamados “paraguayos”, pues raro era el que regresaba a Algeciras sin un paraguas, dada su baratura).
Ese gran tráfico hizo que a la tradicional “Trasmediterránea”, con los transbordadores “Victoria” y “Virgen de África”, se hubiera sumado ya un pequeño buque de “Isnasa”, incorporándose poco tiempo más tarde a la línea la Compañía “Aznar”, con el “Monte Contés”, adquirido más tarde por “Trasmediterránea” y rebautizado “Ciudad de Ceuta”. Lo de los buques rápidos vino bastante después, comenzando por el “hidrofoil”.
El Ayuntamiento ceutí, que entonces presidía José Zurrón Rodríguez, tuvo la feliz idea de celebrar la llegada del “Pasajero 1.000.000”, preparando obsequios y actos en su honor. Y así, cierto día, allá en el atraque del Muelle España, la correspondiente comisión se puso a los pies de la escala del transbordador y recibió a la que resultó responder, supongo que “por casualidad”, a la mencionada cifra redonda. Se trataba de una jovencita, casi una niña (en esa edad a la que los anglosajones llaman “teenagers”, algo así como “dieciañeras”), es decir, sin haber cumplido aún los veinte. Era guapa, con buen tipo, pertenecía a una familia de artistas y, además, empezaba a despuntar en ese mundillo del arte, pues había actuado en algún “tablao” madrileño, primero como “bailaora” y después como tonallidera, e incluso debutado en un teatro de la capital, teniendo ya grabado su primer disco. Todavía, sin embargo, era poco conocida, careciendo de popularidad.
Aquella chica se llamaba Isabel Pantoja. Estaba aún muy lejos de la gran fama posteriormente adquirida, y también muy ajena a los avatares que le iba deparar la vida. Habiéndose ganado el fervor del público, hizo el clásico matrimonio por amor entre una artista y un torero, “Paquirri”, quien aproximadamente un año después de la boda murió trágicamente tras ser cogido en la Plaza de Toros de Pozoblanco. Isabel quedó desconsolada, y durante mucho tiempo sus sentimientos se concentraron en el recuerdo del esposo perdido en tan tristes circunstancias.
Tampoco podía imaginarse la serie de problemas, incluso judiciales, que le ha supuesto –y le sigue suponiendo- su muy posterior romance con el entonces Alcalde de Marbella, Julián Muñoz.
Hace unos días tuve la satisfacción de verla actuar, como estrella, en un programa televisivo. Ya no tiene los 18 o 19 años que tendría cuando fue nuestra “Pasajera 1.000.000”, sino que, como dicen por Ronda, “está metía” en unos 56 realmente increíbles, pues he de reconocer que sigue tan guapa, tan atractiva y con tan buena figura como la que pudiera tener entonces. O incluso más. Y, por añadidura, actúa y canta muy bien. No ha perdido nada, ha ganado en madurez. Si interpretación final de “A mi manera” me recordó a nuestra Nazaret, que igualmente se atreve con esa pieza –tan alejada del cuplé- de modo inmejorable.
Fue precisamente dicho programa el que me trajo a la memoria aquella jovencita que, aún en los principios de su trayectoria como artista, llegó a Ceuta en el transbordador, allá por 1975, y fue acogida y obsequiada por el Ayuntamiento como la visitante un millón en esa anualidad. Nada más y nada menos que la ahora más que famosa Isabel Pantoja.