Un pueblo tiene que medir el grado de desarrollo y evolución alcanzado analizando una serie de parámetros: entre ellos el cuidado que damos a nuestro patrimonio, esa parte de historia física que tenemos que dejar a nuestros hijos. Y es ahí donde fallamos. ¿Cuántos edificios históricos se han perdido por falta de atención o cuántos sencillamente se han derribado porque urbanísticamente interesaba? Podríamos enumerar unos cuantos, a los que sumaríamos aquellos que tenemos abandonados a su suerte hasta que alguien se acuerda de que existen, alza la voz y pide que las instituciones se acuerden.
Hoy llevamos a portada el abandono que está sufriendo el pequeño pabellón militar que se salvó de la máquina demoledora que se llevó por delante el cuartel de las Heras para dar cabida a la futura Comandancia de la Benemérita. Que esperemos que llegue algún día. Abandonado a su suerte, lo que está supuestamente protegido con el máximo nivel de protección que hay, supera los días atesorando una degradación a la que nadie parece querer prestar atención. Nadie salvo los porretas de turno y las féminas que intentan sacarse los euros dando vueltas por la avenida en el ejercicio del negocio más antiguo del mundo. Ya hay hasta decoración: las cortinitas, algún que otro apaño... todo sea porque el edificio protegido se conserve bien y sirva de picadero y refugio improvisado de botellones. Ya saben, aquí el que no corre vuela y son muchos los que parece que tienen alas. Cada cual puede sacar sus conclusiones mientras que a ojos del resto nos queda la tristeza de pensar qué carajo de historia vamos a contar a nuestros hijos cuando recorramos esa Ceuta que se permite el lujo de olvidarse en el camino lo que otros cuidaron para nosotros.