Después de una larga temporada sin visitar el país vecino, en estos días de verano he tenido la ocasión de sorprenderme con el magnífico desarrollo que vive actualmente Marruecos. Paseando por Rincón y Martil no puedo evitar las comparaciones con nuestra ciudad. Allí, hay conciertos gratuitos todos los fines de semana, y tanta cantidad de gente como un día de feria en nuestra ciudad.
Preguntando a un camarero me aclara que la mayoría de la actividad se reduce a los meses de verano. Es como si aquí la feria durase todo el verano; sin calle del infierno, pero con mucha aglomeración de gente.
Los peatones son bastante civilizados, y quizás en este sentido, la amplia presencia policial ayuda. En Rincón hay dos policías permanentes en los principales pasos de peatones. Es como si aquí fuera hora punta todo el día.
Además, hay brigadas cívicas de jóvenes con megáfonos, recomendando que se respeten las normas viales. Sobre el césped hay señores con silbato vigilándolos, quienes enseguida te llaman la atención si lo pisas. El césped tiene un aspecto magnífico; es regado con manguera por los jardineros, y si lo pides, pueden refrescarte la cara un poquito.
Por el camino me encontré con un detalle asombroso: dos palmeras enormes, el doble de lo habitual. Mi sorpresa fue cuando me acerqué y comprobé que eran artificiales.
El servicio de limpieza recuerda mucho al de Urbaser, y allí también les ha dado por poner rotondas.
Las que están a la entrada de cada población llevan unos bonitos adornos luminosos, y las calles principales tienen unas elegantes farolas de diseño: son arqueadas, y al estar a ambos lados de la calzada dan la sensación de atravesar un túnel imaginario al pasar.
Estos detalles me hacen comprender que allí se han tomado en serio el turismo.
Los restaurantes y cafeterías están al completo, y eso que los hay a cada paso.
Nos podemos tomar desde una ración de sardinas asadas, hasta una de caracoles. El servicio y la calidad son buenos en general, los precios ajustados, y la gente amable.
Pero allí, hay también muchos problemas, y paseando por las calles no puedo evitar pensar en otra aglomeración de gente, menos lúdica y más desagradable: la que se forma por las mañanas en la frontera. Soy consciente de que puede parecer injusto establecer una comparación entre ambas regiones.
La una, por sus reducidas dimensiones; la otra, por su bajo nivel económico. Pero, queramos o no, es una comparación inevitable, por la cercanía y porque nos conviene conocer a nuestros competidores en el sector turístico.