Hoy escribo sobre algo que tenía pendiente y que me han pedido en reiteradas ocasiones. Personalmente, no considero necesario que parte de la población de Ceuta, la musulmana, tenga que estar constantemente reivindicando el país de su nacionalidad, pero también comprendo su hartazgo de tener que estar haciéndolo constantemente. Dudar de la nacionalidad de unos porque tienen el mismo origen étnico que otros que están al otro lado de la frontera puede acabar creando mucho recelo. En parte, y forzando la empatía, puede hasta resultar comprensible que exista cierta ignorancia y que existan ciertos estereotipos, pero la ignorancia no puede ser la excusa que sirva para segregar a la sociedad ni para amparar o justificar falsos miedos, a veces utilizados incluso para obtener rédito político.
Resulta, por ejemplificadora, incluso para enmarcar, la expresión: “yo soy español y tú musulmán”, y tan a gusto que se queda el que la suelta. Como si ser español fuera una religión o musulmán fuera una nacionalidad. Hartar harta tener que estar constantemente explicando las diferencias entre un concepto y otro. Pero es necesario hacerlo. Imprescindible casi. Todo sea por intentar mejorar la convivencia entre toda la ciudadanía y por hacer conscientes a los unos, de que es difícil que la toda la ciudad progrese sin los otros.
Sin pretender ser victimista, ¿es posible que todas las personas que tengan un mismo origen sólo tengan en común cualidades negativas? Supongo que hay que ser “cortito”, y no me refiero a la estatura de nadie, para pensar de esa manera tan cuadriculada. Obviamente, haber hay de todo en todas partes.
Pero lo importante, es que “nosotros” y “vosotros” formamos parte de un todo, en este caso, ese todo es una ciudad. Es innegable que algunos de nosotros os miramos con recelo y desconfianza a vosotros. Igual que lo es que algunos de vosotros nos miráis con desprecio y sentimiento de superioridad a nosotros. Los unos se cruzan con los otros a diario, a veces se miran con ese recelo, a veces se saludan, a veces se critican (a la espalda por supuesto) y raras veces se halagan. Los unos y los otros, saben que, la mayoría de las veces, no tendrán más remedio que interactuar y relacionarse con “ellos” en el día a día, en la calle, en el trabajo, en los colegios, en las cafeterías, en las administraciones….pero casi siempre, con una especie de límite o frontera mental que fijan las mentes de unos y otros. A veces, algunos pocos consiguen romper esos límites y relacionarse de verdad con los otros, con el “peligro” que ello puede conllevar para la convivencia con los suyos.
Espero que antes que después, seamos conscientes de lo importante que es aceptar la naturaleza heterogénea de la ciudadanía, aceptarse unos a otros con sus virtudes y defectos sin perder de vista el objetivo: una ciudad mejor para tod@s, especialmente, para las próximas generaciones.