Se han convertido en básicos para cualquier institución, y la labor de quienes los componen es clave para el buen funcionamiento de los medios de comunicación. Lo malo es cuando esos curritos tienen por encima a asesores de medio pelo metidos con calzador. A todos los periodistas nos ha tocado lidiar con flojos enchufados en la cúpula de los gabinetes que se convertían en auténticas trabas para que pudiéramos desarrollar nuestro trabajo como se debe. Cometían el error de creerse amos, dueños y señores de la información y entonces pretendían colarte ‘titulares tendenciosos’. Éstos además de flojos eran babosos que buscaban, de esta forma, ganar puntos ante el presidente o mandamás de turno metiéndoles por ahí mismo eso de ‘ves jefe como los tengo controlados’. Si además el presidente o el mandamás tienen pocas luces caen en una trampa mortal porque se fían y hasta adoran al asesor que les alaba, que les traslada cotilleos o incluso se presta a comprarles los calzones si éstos no tienen tiempo para ello. No entienden que quien les saca los colores, quien les dice lo que la gente piensa en la calle es el mejor asesor que pueden fichar, pero ése, quizá, no interesa.
A un gabinete de prensa hay que dejarle su independencia, darle su espacio sin tener una espada de Damocles encima de los curritos (sean periodistas o fotógrafos) o un jefe inmediato que lo mismo te hace negocios hasta con el aceite de oliva como se permite el lujo de opinar sobre detalles que ni conoce ni desea aprender. Peor aún es si ese jefe es un déspota oculto detrás de un carné del PSOE para dárselas de abierto y avanzado, que lo que hace es acosar a quien tiene por debajo metiéndole miedo como si fuera dueño de su puesto de trabajo. El pajarito vive de las migajas que le lanzan desde el nido donde se acurrucó escapando de su desastrosa vida laboral para poder seguir haciendo negocios. Y si entre negocio y negocio juego a ser periodista, pues mejor que mejor. Los gabinetes de prensa no forman parte de esos juegos esquizofrénicos, de esos modos y maneras de hacer las cosas que chocan con la política de cuidar la imagen a la que están encomendados los periodistas. En este oficio las cosas no funcionan así y al final tenemos que lidiar con torpes que se divierten jugando al parchís o al papí quiero ser junta letras: ahora digo qué comunicado tendencioso ordeno o mando hasta cómo se tienen que firmar las fotos del Ayuntamiento. Cuando termine la diversión siempre estará el papi para comprobar si los pañales aguantan la meadica y mañana Dios dirá.