El Gobierno de la Ciudad parece haber caído en un estado de profunda depresión. Las abundantes dosis de prozac mediático, la súbita pérdida de estilo y la inusual acritud de su discurso oficial, son datos abrumadoramente irrefutables. El Presidente se siente triste. Y los demás, devenidos por voluntad propia en meros apéndices, también. La euforia se tornó oquedad. Ya sólo les queda el consuelo de repetir obsesivamente que ganarán las elecciones. Con toda seguridad será así; pero eso no cambiará un ápice una realidad cada vez más fea y antipática, y sólo servirá para prolongar la obscena agonía de quien gozó de las mejores condiciones imaginables para situar a Ceuta en el siglo veintiuno plena de solvencia y confianza, y al final puede quedar para la historia como una anacrónica anécdota propicia para la broma y el chascarrillo. El sólo se dejó llevar. Sólo el sabrá por qué.
Tras diez años con el viento siempre a favor, despilfarrando y derrochando inopinadamente (no sólo dinero, también oportunidades), se han topado bruscamente con las consecuencias de sus múltiples errores, infinitamente advertidos y nunca asumidos, y se han quedado petrificados.
El desmantelamiento de la economía local está tocando fondo. En el sector público no hay margen para el empleo a corto plazo, y el depauperado sector privado se ha entregado irresponsablemente al mundo de las tinieblas. Somos campeones indiscutibles del paro. Los repuntes de conflictividad y delincuencia no son espontáneos ni casuales. Todo fenómeno social tiene un origen y una razón de ser.
Las arcas públicas están exhaustas. Cada vez es más difícil sostener la maquinaria de clientelismo activada eficazmente en el pasado. Los bancos ya no sonríen cuando ven al Presidente. Los proveedores empiezan a sudar en exceso. Y coincidiendo con el inicio de cada mes, las nóminas y los contratos vacían de inmediato las cuentas corrientes. También somos campeones de España de endeudamiento. Ya no se puede decir a todo que sí. Ya casi no queda para comprar voluntades. Las afecciones que procura el dinero son efímeras y amnésicas. Los fans incondicionales que vitoreaban a Vivas mientras esperaban su porción del botín municipal, ahora murmuran.
La imagen pública del Presidente se deteriora por momentos. Los últimos acontecimientos relacionados con el escabroso asunto de la dimisión del anterior presidente del PP, han causado estragos. Ha recibido un golpe muy duro.
El relato minucioso y detallado de la mujer implicada, con visos de absoluta veracidad, compromete más de lo tolerable al Presidente. Cuando tuvo acceso al vídeo, debió cesar al señor Gordillo de manera fulminante y, a continuación, depositar la grabación en el juzgado para lo que fuera menester. Esa habría sido la actuación exigible a un mandatario serio y honrado.
Lo que hizo es lamentable y, como mínimo, moralmente reprobable (habrá que ver si legalmente sancionable). Su declaración oficial al respecto, al más puro estilo de Groucho Marx, quedará para los anales como ejemplo de estulticia. Sobre un hecho escandaloso que ha recorrido profusamente todos los medios de comunicación de ámbito nacional, y ha provocado la dimisión del Vicepresidente del Gobierno y Presidente del PP, a los ciudadanos les dice que: “Se trata de una dimisión personal, y que (él) no desmiente que haya visto, o no, un hipotético vídeo; pero que en, en caso de haberlo visto (¿), sus asesores le han dicho que de él no se desprende nada ilegal. Y todo lo demás lo dirá en el juzgado”. Ante el juez declara que, efectivamente, vio el vídeo al menos dos veces y que después ¡hizo algunas gestiones políticas! (subrayado) La opinión pública merece más respeto de sus gobernantes. No se puede estar permanentemente asido a la mentira.
El último jinete de su particular apocalipsis es su propio partido. Vivas decidió asumir la presidencia para evitar segundas ediciones de torturadora bicefalia. Pero no es tan fácil. Él es un cuerpo extraño en el PP al que llegó repentinamente y no por vocación sino por interés. Ni conoce los entresijos de la organización ni comprende a su gente. En el PP lo soportan y adulan públicamente porque trae votos y eso da dinero y trabajo. Pero el día que deje de ser rentable lo machacarán sin piedad. Para colmo, ha depositado su confianza en los detritos del gilismo que generan idéntico rechazo entre los antiguos militantes. La conclusión es que no existe cordón umbilical con el partido que, azuzado por la penuria, se ha convertido en una caldera efervescente de quejas, críticas y lamentos. Un ambiente enrarecido que trasciende a la calle.
El nerviosismo con el que han reaccionado ante la nueva coalición localista, Caballas, no es más que otro síntoma inequívoco de descomposición. Intuyen el ocaso. Y se deprimen. Merecidamente.