Magnífica entrada para asistir, anoche en el Teatro del Revellín, a la representación teatral de uno de los clásicos de la literatura patria, el ‘El Lazarillo de Tormes’, de anónima autoría. Poco a poco y con parsimonia las personas iban desfilando para sentarse en su butaca pero había algo en sus semblantes concentrados que hacía intuir lo que, en efecto, luego sucedería: que iban a asistir a un espectáculo de altos vuelos, marca de la casa de la compañía ‘Secuencia 3’, responsable de la representación.
En el escenario, y bajo la dirección de Alejandro Arestegui, los seis actores de la función iban deslizando el verbo fluido y la mano pícara de la ínclita novela, ya desde los primeros compases de la representación en donde, –con gran acierto–, se pudo vér cómo el avejentado Lazaro se miraba frente a un espejo que le mostraba su ‘yo’ pequeño, ese Lazarillo pícaro a la orilla de un Tormes cuyo aroma parecía calar a través de los cimientos de un escenario tan exacto que parecía confundir la realidad de nuestros días con el siglo de Lázaro.