Estamos rodeados de mentiras, sitiados por los bulos y las patrañas, acorralados, atemorizados por los vendedores de felicidad barata y de saldo.
Nacemos y somos sembrados de engaños: el más guapo, el más listo, el mejor en todo. Crecemos y oímos promesas inciertas, leemos un relato amañado por los intereses de los vendedores, respiramos aire envenenado que hemos comprado como el aire más puro de la tierra.
El hombre del saco, el ratón Pérez, los tres reyes magos, el hada madrina, el príncipe azul, los héroes y las heroínas, los mitos, los cuentos, las leyendas urbanas, los milagros, los pecados, el cielo y el infierno, los buenos y los malos, el éxito, el fracaso, los campeones y los derrotados, los ricos y los pobres, Dios y el diablo...todo levantado, diseñado, pensado con los más mínimos detalles para dejarnos ciegos, sordos mudos, zombis, espíritus sin alma que deambulan por la vida buscando nada, consumiendo nada, pensando nada.
Y así nos convertimos en productos, en cosas, en marionetas que juegan en un teatro de fantasía.
Nos creemos que Puigdemont se escapa engañando a los Mossos, que nadie sabía nada.
El mundo busca la paz en Palestina, los telediarios son objetivos, la extrema derecha quiere una sociedad igualitaria, no existe violencia de genero, la izquierda revolucionaria es Maduro y es fascista el que lo niega, Miley quiere una Argentina libre, En España no existe ningún tipo de explotación laboral, si no gana Trump estamos en peligro de una guerra mundial, Miguel bosé sabe lo que nadie sabe, los negacionistas son perseguidos porque nos alertan de que la vacuna es mala, no hay cambio climático y la pandemia tiene el objetivo de vender vacunas.
Y nos repiten y repiten que la financiación singular en Cataluña beneficia a todos, que los enchufes en Ceuta son paranoias de los ceutíes, que los presupuestos de nuestra ciudad están justificados euro por euro y que, afortunadamente, no existe ningún tipo de racismo.
Cada vez más terror a opinar, a denunciar, a manifestarse. El problema no es estar ciegos, es que no queremos recuperar la vista, nos repugna la verdad, es la enemiga silenciosa, la enfermedad letal. Es un veneno para el que no hay antídoto.
Hemos decidido no salvarnos o sálvese quien pueda. Hemos claudicado, abandonado, renunciado.
Hay una isla para los náufragos; este cañonazo es la bandera, la patria de los apátridas en la diáspora.