La iniciativa no puede estar más cargada de acierto. El Festival de Cine Africano “Tarifa | Tánger” (FCAT) cumple en su 21 edición con el objetivo de llevar “África y su diáspora” a las pantallas, y con la misma apertura de diafragma, llama a participar a cualquier persona “africana o afrodescendiente”. Llevada al extremo la condición, cualquier ser humano del planeta podría inscribirse en el certamen, pues el ADN del sapiens actual procede de una oleada africana originada en el continente en torno a unos 70.000 años de antigüedad, y en términos genéticos, hace décadas que la Antropología molecular sabe que todos somos “afrodescencientes”.
Así que la Asociación Al Tarab, promotora del festival, hace muy bien abriendo de par en par las ventanas a la participación, con las iniciales de Tarifa y Tánger operando aquí como cabezas de puente y brindando a los amantes del cine la posibilidad de reducir la ignorancia de continente.
Porque África continúa siendo un espacio desconocido, también estéticamente. Europa no consigue sacudirse de encima la miopía colonial ni el “neotarzanismo”, interesante concepto del escritor nigeriano Wole Soyinka, quien hace de espejo a ese turista accidental que continúa viendo tribus, bosques y machetes en un continente tan enorme como plural. Es decir, simplificación y ninguneo de todo cuanto ocurre al otro lado de la empalizada (mental).
De modo que conviene saludar la toma de conciencia y poder de ese inmenso sujeto que es África, y más ahora, que están quedando varadas por falta de ideas la producciones occidentales. A su favor, el FCAT abre la ventana del cine a los ojos del mundo en relatos de sello propio, nacidos con esa vocación de “rally invertido” que ya tuvo el Festival de las Artes Negras de 1966, celebrado en Dakar.