Apedrear un autobús, al igual que hacerlo con el coche de una trabajadora, y que los pequeños alumnos de su guardería no puedan salir del recinto, son algo más que malas noticias para el El Príncipe.
Acostumbrados a que el barrio ocupe las cabeceras de prensa, ¿qué traen de nuevo estos dos hechos en menos de un mes?. Las piedras han sido dirigidas esta vez contra los abuelos y los hermanos pequeños de quien las tira, en esa intifada ciega y brutal que nace del abandono. Desde luego el conductor, como la trabajadora, merecen protección inequívoca, pero una sociedad que se ve obligada a escoltar sus autobuses y blindar las guarderías, no pasa ese examen que uno ha de hacerse a sí mismo antes de salir a la calle cada mañana.
Porque “tirar piedras contra el propio tejado”, refrán antiguo, funciona aquí con agravantes: los techos que se apedrean no cubren al Principe sino al pueblo, que viaja en autobús y trabaja, mientras ha de poner a los más pequeños al recaudo de las cuidadoras. Y si hace tiempo que el barrio se dispara tiros en el pie, que es la versión europea del dicho, los nuevos disparos son aún más absurdos. Y aunque los tiradores quizá sean tan solo unos muchachos huérfanos de autoridad familiar, y de la otra, ninguna institución puede consentir ese comportamiento.
Porque la primera infancia es sagrada en todas las religiones, y las rodillas cansadas de los mayores, con el peso de la vida sobre ellas y el de la compra en las manos, no merecen una cuesta arriba más. De modo que Ceuta -y el propio barrio- tienen que reaccionar, porque de estos lodos, como bien se entiende en latín, todos tenemos “culpa in vigilando”.