Las inversiones anunciadas por la administración caen en saco roto, pierden utilidad en el momento en el que a esa acción no le acompaña el debido mantenimiento.
La Ciudad tiene un coladero que sufre por empecinamiento en hacer las cosas mal o mera torpeza. Lo segundo tiene arreglo, lo primero no.
Cuesta entender que obras recién inauguradas se pierdan porque nadie se preocupa en mantenerlas. Y no se pierden por el incivismo (en demasiadas ocasiones culpable) sino por la falta de un seguimiento, de un control aleatorio para que lo invertido no se pierda.
No cuesta mucho enumerar la de inversiones perdidas porque no fueron controladas, obras inauguradas o infraestructuras restauradas a las que la falta de uso sumió en la decadencia.
La labor de una administración está no solo en provocar una ajustada y aceptable inversión, también en hacer el recorrido oportuno a lo que tenemos.
"Cuesta entender que obras recién inauguradas se pierdan porque nadie se preocupa en mantenerlas"
Ahí, en esa meta, es en donde perdemos la batalla.
En periodo electoral al alcalde le entró el miedo propio de perder los votos, salir a la calle al encuentro del vecino podía jugarle una mala pasada si este le recordaba el estado de las obras abandonadas y olvidadas.
Aupado por la mínima al poder no debería dejar aparcada esa sensación y poner a trabajar a quienes tienen el deber de pasarse por esa calle, ese mirador, ese acerado entregado a la desidia.