La ceutí, Consuelo Luna Castaño fue represionada por los sublevados desde el inicio del golpe tuvo una faceta más cruel si cabe cuando se efectuó contra las viudas de los que habían sido fusilados por «rojo». El número de muertos fue sin duda mayor entre la población masculina, fruto del mayor activismo y representación política de los hombres. Sin embargo, podemos afirmar que existió un condicionante de género que golpeó con dureza a las mujeres, que, además, estaban marcadas por ser republicanas y esposas o hermanas, madres, hijas, etc. de un fusilado; por lo tanto, constantemente investigadas por la jurisdicción franquista.
Algunas sufrieron, asimismo, el encarcelamiento en la prisión del Sarchal solamente por ser mujeres próximas a los represaliados suponiéndoles una afinidad ideológica, aunque no existiera. Consuelo Luna estaba casada con José Lendínez Contreras, concejal socialista y dueño de una prestigiosa imprenta en Ceuta asesinado en la saca del 21 de enero de 1937. Viuda y con siete hijos-y embarazada del octavo-, Consuelo buscó el apoyo, como muchas ceutíes, de otras mujeres represaliadas. Una de sus hijas, Carmen «Muchi», rememoró para este trabajo la colaboración existente entre su familia y la del maestro nacional también fusilado Ángel Ruiz Enciso; sobre todo, con su hija Queti.
En la tarde de la sublevación, Lendínez estuvo en contacto con el alcalde Sánchez Prado cambiando impresiones sobre lo que se podía hacer en caso de que sucediera en Ceuta lo mismo que en Melilla. A las 19 horas, celebraron un pleno municipal en el que estaba claro que la confianza de los dirigentes políticos ceutíes en el Gobierno de la República para atajar los primeros brotes de sublevación era total.
A esta sesión asistieron los concejales Moisés Benhamú de Unión Republicana; Luis García, independiente; los socialistas Valentín Reyes, José Lendínez, Manuel Pascual, David Valverde y Antonio Becerra; Antonio Berrocal y Sertorio Martínez, del PCE; Juan Arroyo, de Izquierda Radical-Socialista, y el secretario particular del alcalde, Adolfo de la Torre. Ocho de los presentes en la misma fueron fusilados en diferentes fechas de la represión. Con una duración de apenas dos horas, el ambiente era poco propicio para tomar decisiones. Sánchez Prado concluyó: «Ha terminado la sesión, pero ¡oíd! Se aproximan días terribles para la República y es preciso que nos unamos y nos preparemos para defenderla. No es ocasión de huelgas ni de disensiones, sino de que todos, como un hombre, cumplamos nuestro deber. ¡Viva la libertad! ¡Viva la República!».
De allí, José Lendínez se dirigió a la Casa del Pueblo, donde se reunió con sus compañeros de partido esperando recibir noticias de los acontecimientos en Melilla. Ya bien entrada la noche, decidieron guardar las fichas y libros de los afiliados en lugar seguro y que cada uno se marchara a su casa. Sobre la medianoche del 17 de julio, camiones con tropas de la Legión al mando del teniente coronel Yagüe tomaron la plaza de África y el golpe dio comienzo en la ciudad.
Las cosas se precipitan. De madrugada, varios falangistas se personaron en su casa y lo detuvieron. Después de despedirse de su mujer (embarazada en esos momentos), de los niños y de su cuñada Blanca -que vivía con ellos-, les dice que no se preocupen, que nada deben temer y que estará de regreso en pocas horas. Le metieron en un camión con otros detenidos y los llevaron a la prisión de García Aldave. En su barracón hay otros concejales, como Salvador Pulido.
Consuelo Luna presionada
La Falange local necesita papel para imprimir las proclamas fascistas, de manera que su destacado miembro presiona a José para que le entreguen todo el material que necesiten y le hagan algunos trabajos sin cobrarles. José escribe a su mujer: «Consuelo: entrégale al Sr. Pelegrina todo el papel blanco que necesite y si algún trabajo le es preciso también se lo hacen para bien de España». Las sacas efectuadas por falangistas se sucedieron durante todo el mes de agosto de 1936, y Lendínez presenció aterrorizado muchas de ellas. No sin motivo, pues en la madrugada del 21 de enero de 1937 le llega su turno. Treinta y tres hombres fueron asesinados en las tapias del cementerio de Santa Catalina. El escritor Jacobo Israel narra cómo pudieron ser sus últimos momentos: «Está sentado en el camión en la fría madrugada del 21 de enero de 1937. La humedad penetra en los huesos y la desazón y el abatimiento hacen el resto. El ambiente es triste y los rostros de los pasajeros, todos ellos sacados a la fuerza por los falangistas de los barracones de la cárcel García Aldave, muestran pesadumbre y temor… Unas voces, a gritos, les exigen bajar del camión. Ponen a todos delante de un muro…».
Consuelo hasta 1979 no tuvo justicia
Dos maestros que habían sido represaliados, Teófilo Escribano y José Pulido, tuvieron que realizar un escrito ante notario en octubre de 1979 para que Consuelo pudiera de viudedad:
«El Sr. Escribano Molinero, que conocía al Sr. Don José Lendínez Contreras desde su venida a Ceuta procedente de Madrid por haber sido vecino de este en el mismo inmueble durante muchos años. Que le consta que fue detenido en los primeros días de la Guerra Civil o internado en la prisión de García Aldave. Que en el día 21 de enero de 1937, se enteró por la familia que el Sr. Lendínez Contreras había sido fusilado en la prisión. El Sr. Pulido Domínguez manifiesta que supo por su padre, Don Salvador Pulido López, compañero de prisión en García Aldave del Sr. Lendínez Contreras, que este había sido fusilado el día 21 de enero de 1937 habiendo sido testigo el padre del declarante del momento en que fue sacado de la nave en que convivían para ser fusilado y que no volvió a verlo llegando después a saber que el fusilamiento se había producido ese mismo día. Ceuta, cuatro de octubre de 1979».
Pero, aquellos años de la represión fueron contestadas por Consuelo, que no sabe nada, va a la prisión como acostumbra-una vez a la semana para llevar ropa y comida a José- dispuesta a entregar el cesto con su nombre. El falangista que custodiaba la puerta, tras repasar una lista que tenía en la mano, le dijo: «Ya no está aquí, se pueden llevar la ropa, que ya no la necesita». Llena de dolor, sabe lo que esas palabras significan. Sin más, se encaminó al depósito de cadáveres del cementerio y preguntó si el cuerpo de su marido estaba allí. El encargado le contestó que esa misma mañana lo habían enterrado en la fosa común. La desolación de Consuelo fue terrible. Ante tal aflicción, muchas mujeres no querían seguir luchando más.
No es el caso de Consuelo, pero tenemos el testimonio de la mujer del líder sindical Pedro Vera, que quiso quitarse la vida al no poder soportar tanto sufrimiento. Sus hijos, Helios y Feliz, me lo narraron hace algunos años: «Tras la ejecución de nuestro padre, mi madre intentó suicidarse. Además de las suficientes razones para hacerlo, a esta decisión se añadió la soledad cuando más necesitaba compañía. Familiares y amigos le vol vieron la espalda, no aparecieron nunca por nuestra casa a ofrecer compañía y consuelo. Y aunque a mi madre le deprimía esa soledad, comprendía y justificaba ese miedo por la represalia de los falangistas al verlos entrar en nuestra casa, porque temían, quizás con razón, que estuviese vigilada».
Consuelo Luna falleció en 1983 después de años llenos de sacrificios y dolor. Antes de irse, no obstante, pudo ver a su nieto José Antonio Del Real Lendínez ocupando un cargo político en la Diputación Provincial de Cádiz. Tal vez, eso le evocó el recuerdo de ver a su marido, José Lendínez Contreras, tomando posesión como concejal de la Segunda República en abril de 1931 en Ceuta.
La hermana de Consuelo, Blanca, maestra expulsada
Desde el asesinato de su marido, Consuelo tuvo ―como otras muchas ceutíes― que luchar para sacar adelante a su familia. Su hermana Blanca, que le fue de gran ayuda, era maestra y también sufrió la represión, pues la expulsaron del magisterio. Consuelo y Teresa, la hija mayor, se pusieron al frente de la imprenta. Tuvo que dejar de estudiar pese a ser una gran estudiante cursando tercero de Bachillerato con tan solo 13 años y unas notas magníficas. También estudiaba tercero de piano en el conservatorio municipal. Chelo, la segunda, queda al cargo de la casa y de que a los más pequeños ―Paqui, Muchi, Blanqui, Friqui y Luis, que nació en diciembre de 1936― no les falte nada y que acudan al colegio. Su otro hijo varón, José, se marchó a trabajar en las minas del Rif ―en los yacimientos de Uixán, cerca de Melilla― pese a ser menor de edad. El 23 de noviembre de 1939 recibieron una multa del Tribunal de Responsabilidades políticas. En la antes mencionada entrevista con Carmen «Muchi» ―ya con 92 años de edad―, esta recordaba aquellos años con claridad y un gran pesar, pero también que su madre supo sacar fuerzas de flaqueza y transmitirles los valores que su padre les había inculcado añadió que, una vez terminada la guerra ―con apenas 10― ayudaba a repartir los trabajos que se realizaban en la imprenta: «Todos nos poníamos a trabajar, después de salir de clase, mi madre me daba las pruebas de los trabajos y yo los llevaba a las empresas».
Efectivamente, continuaron con la imprenta pese a los decomisos que Falange realizaba siempre en busca de papel: «Nos requisaron todo el material que teníamos en el almacén, fuimos obligados a realizarles trabajos que después no nos pagaban, dejándonos sin nada. Mi madre siempre nos repetía que no debíamos tener rencor, que ya tendrán su castigo, y que la cabeza bien alta, que pensáramos en nuestro padre, que tanto había luchado por las gentes humildes de Ceuta desde su puesto de concejal socialista».
Con el paso de los años, se dieron cuenta de que la vida en una ciudad pequeña como Ceuta no les resultaría nada fácil, estaban señalados. Apenas les encargaban trabajos pese a que los empleados colaboraban, incluso sin cobrar, para que el negocio funcionara; sin embargo, terminaron vendiéndolo. Al menos, la hermana de Consuelo ―Blanca― consiguió ser readmitida en la docencia, pero no podía ejercer en Ceuta. Por tanto, retomó su actividad en Ronda, donde los demás la siguieron algunos años después. Carmen concluye: «Por la mañana, a clase, y por la tarde, a trabajar haciendo punto, cosiendo, tricotando… Incluso mis hermanas Muchi y Blanqui abrieron una modesta peluquería, que después continuaron en Cádiz cuando nos fuimos a la capital gaditana».
Pura historia.