Hace un porrón de años exactamente unos nueve años, salía más tarde del trabajo que hoy, pero tengo que confesaros que vuelvo a estar cansada física y mentalmente. Quizá más lo segundo que lo primero, pero a pesar de ello, uno vuelve a casa a horas nocturnas con ganas de tomarse una cerveza, con la sensación de haber hecho bien su trabajo pero como si no fuera suficiente. Para una aficionada como yo a la escritura, que ha cruzado varios bares antes de llegar a su casa como si los hubiera cruzado haciendo la ruta 66 sin pararse, con la cartera vacía y una tarjeta verde que pinta lo que pinta, podría decir que uno se resiste a convertirse en un gañán que vive conformándose con nada, viviendo por encima de sus posibilidades para luego mendigar cuando llega a su casa, buscando en la despensa cualquier "porquería" que le llene la panza.
No, yo no quiero convertirme en un gañan con un huevo en la huevera y un paquete de tranchetes haciendo eco en la nevera y el corazón mientras tanto cerrado al vacío, habiendo caducado sin abrirlo; abandonándome en un sofá que podría hacer las veces de cama poco improvisada.
Yo llego a mi casa cansada, pero con la necesidad de sentarme delante de la tele sin ponerla ni verla, ponerme mi música preferida y ponerme a escribir, como si no hubiera un mañana. El día que me muera lo mismo habré dejado algo escrito el día antes o el mismo día; casi me puedo ver como si me acomodara delante de mí, tumbada sobre un diván para hablarme amorosamente hasta el ultimo día, preguntándome... cómo estás? estás bien? quieres contarme algo?
- Quién me lea, pensará: cuánto me cuidé, cuánto me quise...
(Al final uno se embrutece por no hacer lo que ama y el abandono, al final se resume en qué no te amas lo suficiente).
El 14 de febrero, debo decir, que para entonces me quise también.