Estamos viviendo una época convulsa tanto en el mundo como en España. Las inquietudes patrias son, hasta el momento, de infinita menor intensidad que las que puedan tener ucranianos o palestinos.
Y es que la realidad termina imponiendo la fortaleza de la objetividad. ¿Quién nos iba a decir a los españoles que la ultraderecha iría contra la corona y las FCSE? Lo hacen porque la realidad es que quienes así piensan tienen un concepto patrimonialista de la policía, la monarquía o el ejército. Sencillamente les pertenecen y ellos pueden usarlos como les parezca. De ahí los cánticos contra el rey o la policía en Ferraz no hace mucho, o la actitud chulesca y desafiante de Ortega Schmidt ante la policía nacional. ¡Y qué decir de la descerebrada de la plataforma 6F! que en las protestas de agricultores grita a la policía que “pocos los mató ETA” o una atrocidad similar. No entienden que las FCSE están para defender la normalidad democrática y al pueblo no para satisfacerlos a ellos.
Por otro lado Putin invade Ucrania y siembra el terror en ese país, y no tiene intención de dar marcha atrás. Sin la presión norteamericana en su día no sabemos si esto hubiese ocurrido, aunque eso no es excusa para la guerra.
"Más de 17.000 huérfanos y 10.000 niños muertos es una barbarie de tamaño superlativo que obligará a reconfigurar el concepto de genocidio"
En Oriente Próximo asistimos a la constatación de que las víctimas se pueden convertir en verdugos. Y quienes fueron perseguidos y asesinados sin piedad se han transformados en ejecutores del mayor genocidio acaecido hasta ahora en el siglo XXI. Más de 17.000 huérfanos y 10.000 niños muertos es una barbarie de tamaño superlativo que obligará a reconfigurar el concepto de genocidio. ¡Es imperdonable y por supuesto injustificable! Y esto sucede porque la realidad es que las instituciones internacionales que se crearon tras el fin de la IIGM no sirven para nada, hoy día, cuando se está bajo el paraguas protector de EEUU. La historia juzgará esta época y algún tribunal de Derechos Humanos a los asesinos de estos niños gazatíes y a quienes lo han apoyado y permitido.
La primera parte de mi intervención es, como he dicho, de una ínfima gravedad comparada con lo que está pasando en Gaza, pero nos debe alertar sobre la posibilidad real de que el peligro de que ideas totalitarias gobiernen nuestro país existe y está demasiado cerca.
Uno puede ser de izquierdas, derechas, centro, anarquista o de nada, pero lo que jamás debiera ser es un monstruo que no respeta los Derechos Humanos y ampara la violencia.
Las lágrimas de un niño acompañadas por un grito de dolor es la máxima vergüenza para cualquier persona, y el comienzo del punto de no retorno a la hora de calificarnos como “humanidad”. Cerca de 30.000 niños en Gaza para los que su mundo ha desaparecido, unos por ya no estar con nosotros, otros por no tener padres o haber perdido su familia al completo.
Como expusiera Soul Etspes en dos aforismos: “Quien vierte la sangre de un niño no encontrará paz en ningún lugar” o “Quien destruye el alma de un niño hace tiempo que dejó de tener la suya”.