El veinticinco de Noviembre, día internacional contra las violencias machistas, se ha convertido en una fecha importante en la agenda de la vida pública. Nuestra Ciudad bien puede servir de ejemplo. En torno al 25N se moviliza toda la sociedad. O al menos sus asociaciones más representativas.
Una serie de actos (cada vez más) de toda índole protagonizados por personas muy diversas hacen visible una unanimidad que, sin embargo, es sólo la escenificación de una gran mentira.
No es cierto, ni muchos menos, que la inmensa mayoría de la sociedad esté implicada en la destrucción de las estructuras patriarcales que perpetúan el dominio del hombre sobre la mujer. De hecho, los avances en este anhelo son desesperadamente tímidos. Cualquier análisis riguroso sobre este asunto, arroja resultados concluyentes (incluida la cifra anual de asesinatos).
La confusión se produce porque de manera (acaso) intencionada se funden dos interpretaciones radicalmente diferentes como si se trataran de la misma causa. Una mezcla perversa que induce a un error garrafal. Una de ellas es la manifestación de pena, tristeza, indignación y repulsa por los crímenes machistas. Es un sentimiento humano comprensible y loable. Es insoportablemente horripilante que una mujer sea asesinada por su pareja. Ese hecho, en sí mismo, justifica una respuesta.
Y es masiva, prácticamente unánime. Pero esta no es la interpretación correcta desde la perspectiva de la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Lo que se pretende reivindicar el 25N (como el 8M) es el impulso a una “revolución feminista” tan necesaria como imparable.
Porque no se trata de quejarse o lamentarse de las injusticias, sino de destruirlas. Las violencias machistas no constituyen un fenómeno social con entidad propia, sino que es la manifestación más cruel de una estructura de poder profundamente arraigada en todas las sociedades. Luchar contra la violencia que sufren las mujeres es luchar contra el patriarcado como modelo de opresión. No tiene ningún sentido alardear de militar en el bando contra la violencia machistas, mientras se contribuye afanosamente a reforzar las causas que la generan.
Esta no es una opinión personal. Reproduciré un texto emitido por la ONU en el año 2013: “La violencia contra las mujeres y las niñas se caracteriza por el uso y el abuso de poder y control de los hombres en las esferas pública y privada y está intrínsecamente vinculada a los estereotipos de género que son la causa subyacente de dicha violencia y la perpetúan, así como a otros factores que pueden aumentar la vulnerabilidad de las mujeres y las niñas a ese tipo de violencia”.
La palabra clave son los estereotipos, esas construcciones interesadas de la realidad que elabora el patriarcado (y de manera más enfática su más genuina representación política) y que asignan determinadas características, opuestas, a hombres y mujeres, para definirlos.
Por ese motivo no se pueden dar cita en los actos del 25N quienes combaten el patriarcado junto a quienes lo fortalecen. La ideología conservadora (representada por PP y Ciudadanos, acompañados de no pocos afiliados formalmente a la izquierda aunque ideológicamente mal ubicados) defiende en su acción política diaria la sociedad patriarcal.
Se mofan de quienes utilizan el lenguaje inclusivo, se burlan de las mujeres que están a la vanguardia de la lucha feminista (han acuñado el despectivo término “feminazi”), pregonan con entusiasmo las excelencias del modelo familiar tradicional (que asigna a la mujer el papel de cuidadora), sostienen y aplauden pilares fundamentales del machismo (como la (in)justicia de género), favorecen modelos educativos empapados de machismo hasta el tuétano, preconizan la idoneidad de relaciones laborales claramente discriminatorias, reivindican y ensalzan con orgullo, como algo propio, todos los automatismos sociales y culturales que consolidan el machismo en el imaginario colectivo (como el uso del piropo).
Sin ir más lejos, no hace un año que rechazaron en el Pleno de la Asamblea el Manifiesto que sustentaba argumentalmente la huelga feminista del 8 de marzo. Pero eso sí, un día al año, se ponen su lacito en la solapa, sostienen la correspondiente pancarta, y oyen con cara de circunstancias manifiestos que exigen “ni una más”, refiriéndose a las víctimas… de su propia política. Hipocresía cómplice envuelta en un lazo morado.
La lucha feminista sigue creciendo. Cada vez son más las personas que se suman a esta causa, quizá la más justa de cuantas se puedan defender en este tiempo. Es necesario hacer el mayor esfuerzo posible por extender el compromiso por la igualdad a todos los ámbitos y a todas las personas.
Pero los momentos elegidos para hacer visible esta movilización no se deben contaminar. No ayuda la confusión. Es necesario saber quien está en cada trinchera.
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