Opinión

Zafiedad parlamentaria

Afirmaba el poeta alemán Novalis que “las palabras son la configuración acústica de las ideas” y por la batahola que forman los milimétricamente artificiosos adanes de la política, sus ideas no deben ser muy buenas. El vocabulario y las expresiones que utilizamos habitualmente describen mucho nuestra vida interior. Desde nuestra formación, educación, cultura y recursos intelectuales, hasta nuestra salud mental y espiritual vienen reflejadas por el modo en el que nos expresamos. Al fin y al cabo, para aquellos que fundamentalmente utilizamos el verbo en nuestras relaciones humanas, las palabras son nuestra carta de presentación al mundo y la caricia o bofetada que ofrecemos al otro. No se trata de si muchas o pocas, si elegantes o comunes, sino de groseras o decorosas, y este es el verdadero problema de los neocomunistas -podemistas y socialistas radicalizados, populistas ambos- . Se trata de una cuestión de respeto, de honestidad, de estimación, de dignidad hacia ellos mismos, y hacia los demás. La utilización de un lenguaje tosco por su escasa calidad y educación, y violento por falso, torcido e innatural, denota no sólo el carácter torticero de sus fundamentos ideológicos, sino también la pertenencia a la misma laya con los que intercambian salivas y malas babas: los violentos filoetarras, los cleptómanos catalanes, o la legión de felones que ahora florecen en cualquier región de España regados por el erario público. Claro que importa el lenguaje parlamentario, de hecho, el lenguaje importa en cualquier aspecto de nuestra vida, sobre todo si nuestras palabras están destinadas a hacerse públicas y se realizan en lo que debería ser el templo del poder de la palabra, cualquier asamblea política; por no hablar de la función modélica que debería tener un personaje público, más, un representante democrático. El que existan parlamentarios que tienen, o han tenido, que explicar mucho en los juzgados -los hay incluso con relaciones con bandas terroristas, condenados por pederastia o por agresión a las fuerzas de orden público, todos ellos populistas-; no exime a los demás de dar la dignidad merecida a cualquier foro democrático de este país. Es más, están obligados a reparar el daño que los primeros ya han hecho. La defensa de un lenguaje soez, propio de taberneros malencarados de mancebía arrabalera, en foros públicos, alegando que otros hicieron otras cosas malas, es hurgar sobre la herida abierta, hacer más daño a la sufrida ciudadanía y testimoniar una laxitud moral del tipo “como otros hicieron menoscabo, yo también lo voy a hacer”. El subconsciente les traiciona, y su forma de actuar en cualquier ámbito evidencia que la verdadera intención de estos populistas es destruir la democracia, todos sus derechos y deberes, y todas sus instituciones. Cuando no ponen en tela de juicio su funcionamiento, la agreden deteriorándola por dentro. Si quieren saber por dónde van a discurrir los siguientes pasos de esta política alevosa, lea cualquier manual de implantación del totalitarismo marxista-leninista.

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