El pasado Vitriolo se titulaba “El Imperio de la Tinieblas” y en él se describía la subida de la extrema de derecha en toda Europa. El apartado Estados Unidos, con Donald Trump como máximo exponente fascista, lo dejo para la sección “las payasas de la tele”, una payasa con serias posibilidades de ser ama del mundo, dicho sea de paso.
Lamentablemente, los resultados electorales alemanes del pasado fin de semana vinieron a corroborar, desgraciadamente y muy a mi pesar, lo que se exponía en el sulfúrico artículo de la contraportada de El Faro de Ceuta. La extrema derecha germana no sólo venció, sino que convenció en el mismísimo feudo de Merkel, obligando a la canciller de acero a comparecer públicamente ante los medios para dar muestras de firmeza al pueblo alemán, a Europa y al mundo. Casi nada.
A pesar de la sonada comparecencia de la Frau, de la clase política, nueva y vieja, de aquí y de allí, no se espera reacción significativa alguna con respecto al evidente avance del fascismo.
Demasiado preocupadas en salvar su trozo de culo de la quema electoral que se les viene encima, todas hablan y hablan mientras esa extrema derecha, considerada como residual y tildada de ridícula hasta hace apenas diez años, ya se está convirtiendo en una verdadera alternativa de Poder o, mejor dicho, de mando.
Frente a este avance que parece inexorable, la sociedad necesita imperiosamente un revulsivo que, por una parte, pare en seco esa peligrosísima subida del fascismo y que, por otra, sitúe a las políticas donde deben estar: al servicio de la ciudadanas y de su bienestar y no al suyo propio, una obviedad constantemente obviada (otra cosa no demuestran).
En su momento (aunque ahora ya sólo sea un mero reclamo mitinero en la Carrera de San Jerónimo) se habló del 15-M como de un nuevo Mayo del 68, un movimiento con aspiraciones a mucho que finalmente acabó perdiéndose en la nada ante la ausencia de un verdadero eje vertebrador. Tras el paso a la historia de esa explosión de “el futuro es aquí y ahora”, algunos partidos políticos (principalmente Podemos, aunque el PSOE en parte también) intentaron recuperar ese descontento para transformarlo en votos. El resultado está a la vista: más electoralismo y más Nomenklatura, poco más. Las eternas exigencias del guión para la política al uso, supongo.
¿Y entonces, qué? ¿No hay alternativa? ¿No podemos hacer nada para poner los puntos sobre las íes y obligar a Sus Señorías a trabajar para quienes les votan y pagan, en lugar de enzarzarse en guerras internas y combates de postín con el “y tú, más” de turno, amén de buscar con ahínco las giratorias puertas de la fortuna? ¿Estamos condenados a que se repita la historia con avenidas llenas de cruces gamadas o de Pétain en los sillones presidenciales?
Definitivamente no, porque la sí alternativa existe y parece que ya ha llegado su hora, por pura supervivencia.
Evidentemente, una cosa es que el momento sea el propicio y otra que de la nada vaya a llegar la salvación. Por ello, es nuestro deber que todas participemos activamente en asociaciones vecinales, que debatamos en rellanos y universidades, que cambiemos el funcionamiento del colegio de nuestras hijas con nuestras voces y propuestas, que reivindiquemos como propias plazas y calles, que nos expresemos claramente en medios de comunicación, redes sociales y paredes y que inundemos las sedes de partidos y sindicatos para inyectar savia nueva en unas estructuras anquilosadas. También es tiempo de dejar claro en las encuestas que pretendemos hacer barrera a las aspirantes a Generalísimas o Fürhers de nuevo o viejo cuño y que queremos firmemente otra forma de ser gobernadas. Hora es de exigir un gobierno –sea cual sea- que controlemos nosotras y no al revés.
Es el momento de participar activamente en la defensa de la Sanidad, de la Educación, de los derechos laborales, de la seguridad… En definitiva, es el momento de defender lo público, de defender lo nuestro de una vez por todas. Debemos tomar el testigo de esas abuelas que hoy nos parecen engullidas por el pasado, pero que hace muy poco dieron su vida por un sistema que ahora están desmantelando las de siempre, impulsando las mencionadas tinieblas.
Antes aludía al origen del gran fracaso que supuso el 15-M (más allá de los maravillosos momentos que nos legó) y que fue su nulo vertebramiento. Faltó una organización que le diera forma y continuidad al movimiento, y lo cierto es que esa forma de estructura existe y -aunque está a años luz de las que piden votos- es perfectamente viable, de ahí su peligro para las que mandan y deciden. No debemos olvidar que otras, en tiempos pasados, se atrevieron a saltar una barrera cuya altura también le repetían reiteradamente unas y otras que resultaba infranqueable. Pero lo hicieron y demostraron, rojo sobre negro, que todo era/es posible, porque, en definitiva, todo depende de nosotras.
Quizás piensen que, de pronto, este H2SO4 ha optado por perderse en vertientes utópicas y descabelladas, pero no se equivoquen, este apartado vitriólico cuya pretensión es dejar su huella semanal con sulfúrica marca, basa su existencia en un irrenunciable ideal de Fraternidad que se cimenta en dos principios básicos: “seamos realistas, pidamos lo imposible” y “nadie es más –ni menos- que nadie”.
Por ello este H2SO4 se sitúa frontalmente contra el penosamente conocido “abajo la inteligencia, viva la muerte”, tan en el ADN de todos los movimientos de extrema derecha. Dicho esto, todo ha quedado claro como el agua clara.
En la película “Z” del franco-griego Costa Gavras -1969- (que describe el golpe de estado de los coroneles en Grecia) un diputado pacifista es asesinado por un grupo fascista al servicio del Poder.
Como en el largometraje del laureado realizador, debemos afanarnos en tejer una red de concienciación y apoyo mutuo que desenmascare a quienes, detrás de las brumas de la intolerancia, se esconden para morder mejor. Tenemos el deber de fortalecer el ideal de Libertad que tanto ha costado conquistar, obligando así a retratarse a las que mandan o aspiran a ello.
Transformémonos, pues, en esas activistas de la película de Costa Gavras. Pasemos a reivindicar, como irrenunciablemente nuestra, la Z, que en griego antiguo significa “VIVE”.
Ese espíritu de resistencia a la intolerancia debe seguir germinando en nosotras para que, al menos, no se reproduzca esa imagen de campos de fútbol llenos de presas, carne de torturas y fusilamientos. ¿Excesivamente tremendista y exagerado? Repase los manuales de historia reciente y lo volvemos a hablar…
Así pues, el abecedario social es muy amplio. Desde la A de agachar la cabeza, pasando por la C de callar o a la I de indiferencia para llegar a la P de pasividad hay un trecho que puede acotarse eligiendo reivindicar la letra Z.
¿Usted de verdad cree que es imposible ponernos de acuerdo para pintar nuestra vida de Z y cambiarlo todo?
Puede que no sea tan fácil como juntar letras en un artículo, eso lo concedo, pero lo que es segurísimo es que ellas no dudarán en utilizar la D de dictadura, la P de prohibición o la T de terror en su vocabulario de siempre para allanar el camino de la sumisión que tan brutales resultados consigue.
Lo cierto es cada vez queda menos tiempo, muy poco tiempo, antes de la llegada del fin de las libertades.
O elegimos la Z de “el espíritu de la resistencia vive”, como rezaba en los créditos finales del largometraje de Costa Gavras, u optamos por el nauseabundo abc “de-toda-la-vida” utilizado para someter a las borregas que -ellas solitas y mansamente- toman la dirección del matadero a sabiendas de lo que les espera.
Como siempre, usted en su inmensa sabiduría, sabrá distinguir la letra que más le interesa a su futuro y más le convenga a su conciencia.