Con la entrega de los boletines de notas, se abre la temporada de caza de regalos, desfile de familiares a los que no soportas y gente –mucha gente– con la que celebrar. Hay fiestas improvisadas en casi todas partes, con belenes solidarios y poca –muy poca– paz. Sara se queja con justa causa de que le han subido la luz y lo más que le aconsejan es que reduzca sus prestaciones para que así le cobren menos, o sea, un boquete más en el cinturón de castidad gubernamental. No es que no queramos ser españoles, es que no queremos nuestro pellejo, ni nuestra triste estampa de quijotes mutilados de tanto aguantar. Las fiestas es lo que traen… pensar y pensar es malo, si no que se lo digan a los peripatéticos, que ni el paso podían cruzar sin dolerse de la cabeza.
La gente ya está que trina, más que harta, pero todo sigue igual , con cánticos y regalos y supermercados que parecen desolados, casi sin mercancía, porque creen que nadie va a aventurarse a gastar lo que necesitarán mañana para que no le corten la luz, precisamente por Navidad. Los juguetes asiáticos son grandes y macizos, vastos a más no poder y alternan con los nenucos y las nancys remasterizadas en los estantes con precios que oscilan entre decenas de euros. Ya no hay más que vintage, las nanys bonitas, rubias sintéticas con que Juanita Fernández, su hermana y yo, jugábamos en la Plaza Mina, poniéndoles horquillitas para hacer un moño alto, con el que se veía monísima. Ahora somos como los Transformes, piezas deshuesadas de nuestros esqueletos, vahídos reflejos, de imágenes conocidas que vemos en los espejos de los escaparates y no sabemos bien a qué carta juegan. Luego, recibimos un wassap y el mundo se revierte y pliega , porque Elena no tiene dinero para pagar las clases particulares de los niños y, quizás por ello, se les excluya no de este mundo, sino de un futuro laboral que presumimos será cambiante si la Wertada no se frena. No se debería cambiar un sistema educativo a golpe de veleta, porque si hay algo importante en la vida –piénselo bien– es quién va a pagar nuestras prestaciones del futuro, nuestras pensiones y nuestras hospitalizaciones y queremos a los mejores aquí, no tener que peregrinar a Europa a encontrarlos o morirnos en la ignominia o la miseria de la falta de medios. Una vez me dijo una amiga enfermera que a ella no le gustaba que las notas de acceso a los grados eliminasen la vocación en los estudiantes, porque luego serían ellos los que nos cuidarían, los que nos sucederían en esto que hacemos ahora que no es sino frenar el paso de los sucesos.
Acogotada ando, no sé ustedes, porque envejezco, porque no se qué será de nosotros, que envidiamos los que se jubilan ahora y tienen buena paga después de trabajar duramente muchos años, pero que vemos cómo preferentistas ahorradores de una mísera peseta se desgañitan por plazas y mentideros para no recibir nada y astilleros y fabricas se cierran, sin carga de trabajo y ancianos venerables buscan resguardo en el banco de alimentos. Qué será de las cotizaciones inexistentes de los ahora parados, que será del mañana que nos queda heredado del hoy, qué pasará cuando en los años que nos queden echemos la culpa a Rajoy, como hoy se la echan de todo a Zapatero, porque no creo que nos sirva para nada, clamar entonces al cielo, mientras nos morimos por dentro.
Hay días que siento más que nunca el paso del tiempo en los huesos, hay meses que te acercan al invierno profundo, años que son triste semblanza de lo venidero y dan miedo, como los caminantes, mucho miedo, porque con ellos, o a causa de la mierda que arrastran ellos, todo el sistema se corrompe y cae y una simple enfermedad, da con lo poco civilizado que existe, en el vertedero. Ya les dije que pensar daba miedo, mucho miedo, por eso los pensadores son desterrados, muertos o matados, incluso crucificados por los intereses que gobiernan, luego lo mismo se les hacen fiestas en su honor que pierden el sentido de la humildad y la pobreza, del destierro y la emigración y de sentirte solo y abandonado de todos, solo con una madre y un padre postizo, en una patera, sin ser de ninguna parte.