Bajo la premisa de que las sociedades avanzan, hemos olvidado que también mueren o sucumben; entre otras causas por olvidar quiénes eran o cuáles fueron los pilares que las sostenían. Lo hemos visto repetidas veces en la historia: Grecia, Roma, los Otomanos, la China imperial… Todas desaparecieron porque no supieron protegerse de ataques propios y externos, mientras gozaban de la comodidad que otros habían pagado con sangre, sudor y lágrimas, como diría Churchill.
De la misma manera, como ya advirtiese F. Hayek impartiendo clases a jóvenes alemanes después de la II Guerra Mundial, la libertad deja de apreciarse por aquellos que no han luchado por ella.
Existe la creencia generalizada, en todos los ámbitos de la vida, de que nos merecemos todo lo bueno. Creemos que la libertad, la democracia, la justicia, y la dignidad es gratis porque nos lo merecemos. La humanidad es la misma de siempre, la del pecado original, la soberbia.
Cada uno debe ser consecuente con sus ideas, incluida toda la sociedad que debe proteger el concepto de familia que le ha llevado a constituirse como libre y justa. P
roteger a la familia no excluye el otorgar derechos civiles a otros tipos de uniones, como ya lo hace, por ejemplo, el derecho mercantil y societario; tampoco es arrogarse el poder de destruir el individualismo. Proteger a la familia es legislar para que esta prevalezca como núcleo indispensable para el sostenimiento de una sociedad próspera, y no precisamente en su contra.
Respetar otras opciones pasa por el reconocimiento de ser una opción, y no una caprichosa fortuna de hacer lo que a uno le venga en gana.
Acaso la sociedad no se protege de sectas y sin embargo reconoce, protege y respeta diferentes ideas religiosas. Acaso la sociedad no se protege de ladrones, estafadores, corruptos y otras suertes de delincuentes y sin embargo reconoce, protege y respeta diferentes maneras de enriquecerse. A qué viene entonces ese fanatismo perseguidor de reconocer por igual lo que no es igual.
Era algo cantado que en aras al nuevo becerro de oro, la progresía, no íbamos a tardar mucho en dar el paso del “matrimonio homosexual” a otro tipo de uniones, como la poligamia que ya ha ocurrido en Brasil.
La tibieza en la defensa de unos valores inalienables a la civilización occidental ha facilitado la imposición de la dictadura del relativismo ético y moral que, a modo de carcoma, fagocita los valores que nos permiten convivir con este grado de libertad y justicia, o lo que ya nos queda de esto.
Vivimos en sociedad y todos nos ayudamos a todos, nadie queda aparte ni aislado, a mí me preocupa mi vecino y espero que él se preocupe por mí. Lo estamos viviendo con la crisis: si a mi vecino le va mal, no tardará mucho en irme mal a mí.
A qué viene entonces pensar que las actuaciones que realizamos en plena sociedad no acaban afectando a los demás.
El respeto por el individuo no pasa por la aprobación de actitudes y comportamientos que transcienden engañosamente a los demás.