Yo adivino el parpadeo
De las luces que a lo lejos
Van marcando mi retorno.
Son las mismas que alumbraron
Con sus pálidos reflejos
Hondas horas de dolor”
Así iniciaba el mágico Carlos Gardel su canción Volver, un tema que ha sabido atravesar el caótico siglo XX para retomar toda su fuerza y vigor en el ya muy desgastado siglo XXI. Estrella Morente, por su parte, realizó una genial adaptación del himno inmortal argentino para la película de Almodóvar del mismo nombre. Todo un éxito.
Gardel argumentaba en su canción que, en definitiva, había que atreverse a Volver... y en esas estamos.
Tras un paréntesis, que tuvo visos de punto final, el Vitriolo ha terminado por desintegrar el blindado envase que pretendía tenerlo apresado para siempre. Corrosiva marca de la casa, sin duda.
El H2SO4 vuelve, quizás con “la frente marchita”, pero con la decidida voluntad de seguir el camino que un día, hace mucho tiempo, iniciaron otras.
Esta abrasiva columna se reivindica, pues, más vitriólica y más incómoda que nunca para aquellas que, morfina social en mano, saben que la conciencia, para que no constituya un peligro para las que mandan, debe ser constantemente bridada. La eterna guerra entre el Librepensamiento y el pensamiento único.
Bueno sería no olvidar que el ácido sulfúrico es el resultante de la química mezcla de hidrógeno y óxido de azufre. Y bueno también sería recordar que cualquier párrafo no sirve para mucho, sea cual sea su estilo, si nos empeñamos en continuar blindándonos para que ideas y conceptos no penetren en la amígdala cerebral, ese espacio considerado como el más importante de nuestro sistema límbico y cuyo papel es el procesamiento y almacenamiento de las reacciones emocionales. Algunas ni siquiera se han atrevido a estrenar ese conjunto de núcleos de neuronas; cosas de los dogmas o de la nula voluntad de humedecerse las posaderas, es de suponer.
A pesar de todo, resulta curiosa la facilidad con la que servilmente se permite que la ceguera social, una y otra vez y generación tras generación, siga mutilando los ojos de ver para impedir que avancemos de verdad. Quizás por ello caemos constantemente en la obscurantista trampa del penoso mantra de las que vivían y morían en la galera entonando como papagayos bien amaestrados la letanía de que, sin lugar a duda, lo mejor es que nada cambie, recitando mecánicamente “más vale malo conocido…”. El socorrido refranero es lo que tiene, para cualquier justificación vale y cualquier conducta avala.
“Hemos llegado a tal súmmum en el refinamiento de la esclavitud que estamos en un punto donde no sólo forjamos nosotras mismas las cadenas que nos anclan a las mazmorras, sino que con vergonzoso y asqueroso brío defendemos a muerte a la dueña de la plantación...”
Hemos llegado a tal súmmum en el refinamiento de la esclavitud que estamos en un punto donde no sólo forjamos nosotras mismas las cadenas que nos anclan a las mazmorras, sino que con vergonzoso y asqueroso brío defendemos a muerte a la dueña de la plantación, apedreando, por las estrechas rendijas de nuestra jaula, a quienes osan intentar romper los fuertes aceros que asesinan la razón. De puta pena.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero quizás sea el momento de plantearse que ya queda muy poco tiempo de reacción y que, como tan mágicamente cantó Gardel, la vida es un soplo… el problema reside en que, en breve, hasta el oxígeno -figurado y literal - de ese soplo nos estará prohibido. ¿Exageraciones? Lea entre las líneas de la información precocinada y lo verá claramente. Otra cosa es que se atreva a querer mirar más allá, claro.
Ante la tragedia que dejó tras de sí la Gran Guerra, Carlos Gardel escribió la canción “Silencio”, un genial y brutal tema que interpretó en la película Melodía de arrabal, rodada en Francia en 1933 y que no sólo recordaba la carnicería mundial sino que, a su manera, advertía de todo lo que estaba por llegar…
“Silencio en la noche,
Ya todo está en calma,
El músculo duerme,
La ambición descansa.
Un coro de madres que cantan,
Mecen en sus cunas
Nuevas esperanzas…”
Parece claro que, de alguna u otra manera, todas deberíamos Volver para que la memoria no sirviese de mero pisapapeles en estériles discursos mil veces vomitados por bonitas e histriónicas figuras del espectáculo político y social.
Deberíamos Volver para que las “nadies” (como dijo el magistral Eduardo Galeano) dejaran de ser anónimas referencias en la vida de la humanidad y que, al menos, pudieran ser escuchados sus gritos, sobre todo los de rabia y dolor. No hay nada más triste que dejar que nuestros congéneres se pudran ante la indiferencia generalizada como ocurre a diario en lo que antaño fuera el Mare Nostrum. Vergüenza.
Deberíamos Volver para que nuestro planeta deje de ser sistemática y brutalmente masacrado con una cretina impunidad consentida, con el solo argumento de los beneficios que ofrecen las cuentas de resultados o los índices bursátiles…para las siniestras cuentas offshore de las de siempre. Imbecilidad.
Y, definitivamente, deberíamos Volver como una sola mujer para desmentir la última estrofa de la canción en la que el Rey del Tango recordaba la primera guerra mundial:
“Silencio en la noche,
Silencio en las almas”.
Brutal.
Claro que si continuamos sin Volver, el silencio que hoy dócilmente nos autoimponemos para “no señalarnos” ni tomar partido frente a las nuevas barbaries, se transformará, más pronto que tarde, en una mordaza absoluta. Entonces, cuando eso ocurra, el verbo Volver sólo servirá de ilustre título de tango inmortal. No hay más ciega…
El Vitriolo, por su parte, ha elegido Volver. El resto le toca a usted. Advertida queda.
De nuevo, nada más que añadir, Señoría.
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