A veces no caemos en la cuenta de que para vivir cada uno de nosotros necesitamos convivir con los otros. Vivir y convivir nos son procesos separables sino afanes íntimamente imbricados: los dos son fines y medios en sí mismos. Hemos de ser conscientes, además, de que este principio elemental, especialmente cierto en la vida humana, no solemos aplicarlo en nuestras tareas, en la administración de nuestros bienes ni en la distribución de nuestros tiempos. En mi opinión, deberíamos reflexionar un poco más sobre la urgente necesidad de compartir nuestras vidas con los otros.
Este proceso de desescalada nos está sirviendo para advertir una realidad tan elemental como que las ciudades son centros de convivencia. Hemos de aclarar, además, que convivir no es sólo compartir un espacio y un tiempo de coexistencia sino que debe -debería- servirnos- para, además de colaborar, expresar nuestro respeto y nuestro afecto sinceros a los “convecinos”. Y es que la “convivencia humana” exige, además de espacios comunes, ese clima saludable que se crea mediante la “cordialidad”.