¡Ay mi tanino!
Ese que está en muchos lugares de la uva: la piel, tallo, semillas, que le hace a mi querido e indispensable amigo tener ese sabor astringente y amargo.
Pero hijo: ¡Qué bueno que está!
También su sabor interviene la barrica donde se queda para reposar y dar la crianza a la nueva cosecha.
¡Qué lástima de estar tanto tiempo allí!
Mi paladar se queda seco, cuando me falta el dinero para poder tener en mi cuerpo ese vino, que puede ser de donde sea, tener los años, la solera, el renombre de buenos artistas del vino.
Yo estoy contento con tener esa copa y más cuando está llena de ese vino tinto que vendrá hacia mi, como un imán y me dirá, en petit comité: "Aquí estoy contigo, amigo Luis".
Pero todo tiene su caducidad, igual que mis medios de vida, por eso cuando llega un determinado día, mis placeres deben de aparcar se y esperar ese nuevo instante donde vuelva a florecer los billetes necesarios para tener al lado a ese amigo mío.
Y los recuerdos salen a la palestra, y mis añoranzas también, y para ello tengo un antídoto, guardar en el cajón de los cubiertos un par de tapones, de ese corcho que conserva tan bien esos sabores de esos cardos tan emblemáticos, tan extraordinarios, que se me saltan las lágrimas y mi cuerpo me invita a pasear por el mundo pasado, donde estuve junto a ti, teniéndote en mis manos.
¡Oh días de penumbras y de reposo de mi vino!
¡Oh penitencia tan sebera y con tan mal gusto!
Pero cuento los días y ya quedan menos, para que el tapón no sea mi pensamiento profundo y el buen sabor llegué nuevamente a mis papilas gustativas que también desean tentar esa inyección de adrenalina que nos proporciona ese vino.
P.D.: Gracias por tus queridas palabras Luis.