Dicen que es de buen nacido ser agradecido. Pues bien, estas palabras son un sincero reconocimiento a la labor de los Padres Agustinos de Ceuta, organizadores y guías espirituales de esta VII peregrinación en tierras rumanas, pero sobre todo un pequeño homenaje a Silvia Litra, principal artífice logístico de la aventura que acabamos de vivir en Rumanía durante la pasada "semana blanca".
Hemos vuelto a casa, a la rutina, estoy sentado de nuevo en mi despacho, como siempre lleno de papeles y tareas pendientes, pero la principal es agradecer a todas las personas que nos han hecho felices en nuestro último destino. Silvia ha sido nuestra guía local en Rumania, con la licencia oficial desde el año 2007, habla perfectamente español, francés y ruso, aunque para nosotros los dos últimos no han sido necesarios. Es un amante de su profesión y como ella misma dice, «no podría realizar un trabajo que no me divirtiera», y creo que todos nos hemos divertido mucho con ella. Silvia es una gran aficionada a la historia, dedica su tiempo libre a conocer con profundidad Rumania y viajar a otros países, incluido el nuestro, y eso se nota. Esta joven ha compartido no solo la belleza de su país con nosotros, los peregrinos agustinos, sino parte de su vida. Aunque de origen moldavo, tiene nacionalidad rumana, y es una auténtica artista en la búsqueda de los verdaderos tesoros ocultos de un país desconocido, sitiado por los Cárpatos y por la ignorancia de los que aún no lo han valorado en su justa medida. Con Silvia hemos descubierto paisajes de ensueño, como la garganta de Bicaz y el misterioso Lacu Rosu (lago rojo) semihelado. Hemos admirado auténticas obras de arte pintadas por la historia como los monasterios de Cozia, Moldovita, Sinaia y Voronet, auténticas "capillas sixtinas" del oriente.
Hemos visitado ciudades llenas de encanto como Sighisoara, Sibiu y Brasov, donde lo mejor que se puede hacer es caminar sin rumbo, perderse por sus calles adoquinadas que nos transportan a la mágica y angosta época medieval, escrutando sus recónditos rincones mientras sus famosas casas nos observan a través de esas curiosas ventanas de curvas incrustadas en sus tejados que simulan "ojos humanos", cuyas miradas indiscretas nos siguen a todas partes, observando la vida que transcurre a sus pies, vigilando a esos osados peregrinos que nunca olvidaran el embrujo de las ciudades más entrañables de Transilvania. Hemos conocidos pueblos y sus gentes, degustando los excelentes vinos de Moldavia, probando platos típicos del lugar, saboreando sus sopas y estofados, y alguna que otra trucha que algunos peregrinos supieron "diseccionar" con precisión, y otros esquivar con elegancia y discreción.
Silvia ha sido capaz de compartir con nosotros la cultura y el encanto de su país, para que nos llevemos una experiencia maravillosa, agradable de contar y recordar durante toda la vida. Estamos muy satisfechos con los momentos que hemos vividos todos juntos en el país de los vampiros. Rumanía es una bella desconocida, y la experiencia de su descubrimiento ha sido fantástica en todos los sentidos. Sinceramente, ojala todos los destinos que a los peregrinos agustinos nos quedan por descubrir, tuvieran como guía a alguien como ella, que no solo informa lo que podemos encontrar en los libros turísticos, sino que añade su propia historia, cuenta las anécdotas del lugar, las vivencias de la infancia en su tierra natal de Moldavia, con palabras llenas de sentimientos y añoranzas. Eso se llama pasión por la vida, y es lo que transmite con seguridad, tesón y valentía.
Lejos de la experiencia de Marco Polo, y después de seis destinos, los peregrinos agustinos nos consideramos viajeros "veteranos", aunque nos quedan muchos lugares del mundo por conocer. En nuestros anteriores viajes, hemos encontrado guías de todo tipo, la mayoría buenos y algunos buenísimos, magníficos profesionales del turismo, que como Silvia se han esforzado por mostrarnos no solo lo más típico, sino también la cara oculta de las ciudades, detalles que los plumillas aficionados como yo siempre buscamos para poner la nota de color en nuestros densos reportajes fotográficos. Guías que, como ella, nos han buscado la iglesia católica más cercana para celebrar la eucaristía, que han madrugado para llevarnos a ese lugar escondido dónde hacer la mejor foto al amanecer, sin el asedio, el incordio y el discreto encanto de las masas turísticas que invaden el resto de Europa. Pero quizá lo que más valoro de nuestra guía, es que nos ha hecho sentir como lugareños.
Me explico, un buen guía para mi es aquel profesional que también sabe enseñarnos lo cotidiano dentro de lo tópico, lo escondido dentro de lo típico, que es capaz de integrarnos con discreción y elegancia en el tipismo del paisaje y paisanaje de su país. Una necesidad que a veces, los turistas desconocen, pero que si te la muestran, es un codiciado tesoro que facturas de vuelta junto a tu maleta y equipaje. Al menos para mí, que siempre voy con mi cámara réflex a todas partes, en busca de la recóndita esencia de un destino, intentando retratar el perfil más efímero de la gente, sentir el pulso oculto de una ciudad, el latido de un pueblo oprimido por el yugo estalinista que intenta integrarse en la Comunidad Europea, el sentimiento emergente de una nación orgullosa de su identidad e idiosincrasia. Los monumentos, museos y otros atractivos turísticos, tantas veces reseñados, solo me atraen desde el punto de vista estrictamente informativo. Me seduce más lo genuino, lo diferente, la anécdota. Huyo de lo más conocido, pues parto de que los datos artísticos, nombres, fechas y demás informaciones históricas ya están perfectamente documentados en los libros turísticos, y sobre todo en la enciclopedia del siempre disponible Dr. Google. Hay guías como Silvia, que ese detalle siempre lo tienen presente. Son auténticos profesionales de las rutas, íntimos conocedores de la anatomía antropológica de sus ciudades, que están acostumbrados a trabajar con todo tipo de turistas, incluidos aquellos como nosotros, esos incansables peregrinos agustinos que buscamos en nuestros destinos las huellas indelebles que nos dejó Jesús muerto y resucitado. Nuestra guía, de fe ortodoxa, también nos lo ha mostrado en nuestro camino, encontrando otros discípulos de Emaús. Ella ha conseguido lo que pocos han logrado, superar la fría barrera de la estricta profesionalidad para invadir con dulzura nuestros corazones, para penetrar con elegancia en el lado más humano de una relación incipiente entre personas desconocidas que coinciden por caprichos del azar en el tiempo y en el espacio. Su relación con los peregrinos ha sido tan sincera y entrañable que incluso, ha llegado a sembrar con profundidad en el delicado y fértil terreno de la amistad. Esperemos que el tiempo y la distancia no debiliten la comunicación, y que nunca perdamos el contacto. Sin duda, Facebook se encargara de que eso no ocurra nunca.
Silvia es una excelente profesional, una guía muy eficiente, y una gran conversadora en las distancias cortas, y también cuando tomaba con firmeza el micrófono del autobús, aportándonos entre sueño y parada, entre ruta y cabezada, entre oración y pensamiento, datos para poder comprender mejor la realidad de un país lejano en la distancia y en la historia, pero cercano a nosotros tanto en la lengua como sus costumbres. Nuestra guía fue paciente, educada, amena, siempre se ha ocupado de nosotros con exquisito trato, haciéndonos muy fácil y atractiva todas las visitas programadas. Ha sido como "El poder oculto y permanente de la sombra". Todo lo organizaba con discreción y eficacia, controlando perfectamente los pequeños y los grandes eventos. Agradecemos su puntualidad, formación, cortesía, y por esos pequeños detalles que hacen grandes a las personas como ella. No olvidaremos su dedicación exclusiva, con guardia y custodia del peregrino en todo momento, desde la llegada hasta en la despedida en el aeropuerto de Bucarest, en esa tempranera y larga madrugada del domingo 3 de abril, dedicando tu tiempo de descanso a nosotros.
Durante los ocho días que ha durado nuestra VII peregrinación en las tierras de la antigua Dacia conquistada por Trajano, Silvia nos ha guiado en las visitas con un español gramaticalmente correcto, de rica semántica, de suave timbre soviético, con charlas sencillas, repletas de sensibilidad, humildad, con razonamientos y explicaciones histórica y artísticamente cuidadas. Recibimos prácticos consejos sobre lugares de compras, dónde tomar café, dónde cenar bueno, bonito y barato. El tiempo con Silvia pasó de puntillas y el viaje concluyó sin darnos cuenta.
Gracias a ella, hemos encontrado a otros discípulos de Emaús en nuestro camino, como la hermana Tatiana, antigua maestra rural, que nos trasmitió la increíble belleza de las pinturas de la iglesia de la Anunciación de Moldovita a través de su fe y profundo convencimiento de sus enérgicas palabras. Tatiana, fue esa monja que nos explicó el arte del monasterio con tanto sentimiento, entusiasmo y pasión, que parecía que ella misma había participado de alguna forma en la historia del mismo. Qué dominio del lugar, qué control del tiempo, qué explicaciones, qué manera de trasmitir las creencias y el contenido litúrgico de esa magníficas pinturas que cubrían por dentro y por fuera esta joya de la región de Bucovina. Destaco también la profesionalidad y simpatía de nuestro chófer, que siempre estaba a nuestra disposición, cargando y descargando las maletas en cada parada, y la estricta puntualidad de todas y cada una de las visitas que, previamente, ella había concertado. No olvidaremos la solemnidad soviética del palacio del parlamento de Bucarest, la fastuosidad del castillo de Peles situado en un entorno idílico y ricamente decorado, considerado como el "palacio de Versalles" del este europeo, y también, cómo no, la divertida y matutina visita al castillo de Vlad "el empalador" en Bran (Transilvania), en busca de la leyenda del Conde Drácula, pero libres de los asedios turísticos que sufre el recinto durante el resto del día. Resultó entrañable la convivencia cristiana que tuvimos el último día con las monjas agustinas que residen cerca de Bucarest. No olvidaremos su alegría y hospitalidad al compartir juntos tanto la eucaristía concelebrada por los cuatro padres agustinos como la suculenta merienda monacal que nos ofrecieron posteriormente en los jardines de su nuevo convento.
Los peregrinos no tenemos palabras para agradecer la labor pastoral de los Padres Agustinos, y el trabajo tan bien hecho que ha realizado Silvia, así como la agencia Turismo y Peregrinaciones 2000. Sin duda, si algún amigo o familiar quiere visitar este maravilloso país, le recomendaremos sin lugar a dudas. También pasaremos sus datos a las agencia de viajes de nuestra ciudad, por si quieren contar con ellos para futuras excursiones. Gracias por su dedicación y entrega hemos descubierto una tierra maravillosa, llena de historias y leyendas, de encanto y de gente estupenda. Queremos volver algún día.
Está claro que los guías turísticos tienen la capacidad para poner la guinda en un viaje programado, rara vez amarga, casi siempre dulce. Por eso creo, que el trabajo Silvia y su equipo, ha sido grandioso. Puede estar segura que, este año 2016, su cosecha "turística" ha sido ejemplar, abundante en cantidad y calidad, y como ella decía en su artículo sobre las costumbres del pueblo moldavo: «Si hay vino, hay bodas», por eso los peregrinos le deseamos todo lo mejor en su futuro profesional y personal, que su boda -no muy lejana- la colme de paz y felicidad para toda la vida. Los peregrinos agustinos, amigos suyos para siempre en Facebook, esperamos ver pronto publicadas las fotos de la ceremonia nupcial.