Dice una vieja escuela que la filosofía es el mundo que nos envuelve cuando cerramos los ojos y nos entregamos al sueño de la razón.
Aunque no todo lo viejo es antiguo, y así la filosofía sigue siendo una herramienta útil para adivinar nuestro papel en el mundo, y más allá determinar la actitud más racional ante ese fenómeno inaplazable que es la vida.
Todas las personas y todos los pueblos somos partícipes de la experiencia existencial, y sería bueno contar con un elenco de ideas, de instantes de razón original, que sirvan como lugar de encuentro. Y, partir de ahí, edificar una sociedad que favorezca el contento, el bienestar, y nos proyecte hacia ese infinito que es la felicidad.
Pero para que una filosofía sea útil, el lenguaje que la sostiene debe ser accesible, debe ser capaz de llamar la atención, y permear con facilidad en los ojos atentos, que antes que atentos eran distraídos.
Para lograr que el lenguaje cumpla su función de ser vínculo entre las personas, debe partir de ideas que por su certidumbre no ofrezcan dudas. Esta certeza evitará los recelos, y nuestras ideas podrán llevar el título de ideas naturales. Todos tenemos esa intuición; ese poder para intuir.
Después de mi viaje ancestral por el mundo de las ideas, traigo dos categorías necesarias para enfocar nuestra actitud existencial. Me refiero al sentido y al signo.
La certidumbre nos dice que el sentido es el fin último, la causa primera, el motivo que se esconde tras el mundo de las formas. Y es un aspecto que da coherencia y lógica a la experiencia vital.
Por otra parte, y en un ejercicio de simbolismo, diremos que el signo es la estrella que rige y condiciona todos procesos vitales, y por extensión, las relaciones humanas.
Si no queremos que queden huecos en el raciocinio, lo siguiente sería preguntarnos: ¿tiene la vida un sentido? ¿estamos bajo la influencia de algún signo?
Si la respuesta es negativa, poco camino nos queda por recorrer, ya que la vida, y el firmamento de estrellas que la custodian, serían poco menos que un error, una casualidad, un sinsentido. En vez de una filosofía elaborada, la única lectura posible sería la lucha por la supervivencia.
Por el contrario, si vemos que hay algo más allá de la luz que ven los ojos, el paisaje de la razón abrirá sus puertas, y con ello, el mundo de lo desconocido. Es el inicio de la búsqueda, de la aventura del saber.
La vieja escuela presume que la filosofía es generosa y es inclusiva, y así, cada individuo puede disertar libremente sobre cuál es el sentido, y cuál es el signo. Las voces bien dotadas siempre suman.
Según mi razón y mi experiencia, el sentido de la vida es la contemplación de la belleza en ausencia de dolor. Y el signo que condiciona ese sentido es la dificultad.
Este es el resultado de mi pensamiento inicial.