El ritual se repite, día tras día, desde el pasado 1 de febrero. Desdoblan la pancarta, la sujetan entre dos de los árboles que circundan la Plaza de España y dejan a la vista de todo el que quiera leerlo el mensaje que airean desde hace ya cinco meses: “Somos obreros melillenses y padres de familia en paro y nos manifestamos por el empleo de nuestra ciudad”. A última hora de la mañana la retiran, sin cosechar ninguna respuesta, y se marchan para regresar al día siguiente. Vuelta a empezar.
Abdeselam Mizzian, Mustafa Soliman, Abdelah Mohamed, Tahar Benali, Mohamed Laarbi... Son cinco de los diez integrantes del grupo que ha llevado su protesta hasta el mismo corazón de la ciudad, frente a los ventanales del Palacio de la Asamblea. Todos padres de familia, con hijos, sin ingresos y con la única esperanza de que algún responsable político les facilite una ocupación o les oriente sobre cómo salir del laberinto de precariedad en el que están inmersos. “Somos hijos de Melilla, nacidos aquí. Sólo pedimos un trabajo, de cualquier tipo. Lo que sea, algo que nos permita llevar un sueldo a casa”, defiende Abdeselam, padre de cuatro hijos.
De momento, y en vísperas de cumplirse mañana cinco meses desde que desplegaron por primera vez la pancarta, el resultado no ha podido ser más estéril. Nadie, ni del Gobierno autonómico ni de la oposición, se ha acercado a escuchar sus peticiones. Tampoco han sido atendidos los tres escritos que, aseguran, han presentado solicitando audiencia. “Ellos nos ven todas las mañanas desde esas ventanas”, asegura Mustafa, señalando hacia el Palacio de la Asamblea, “pero hasta aquí no se ha acercado nadie, ni siquiera para darnos los buenos días”.
Mientras arrancan hojas al calendario aguardando una respuesta que no llega, el grupo asegura que sobrevive “como puede”. Y es en ese momento cuando surgen las historias y los dramas personales. “Lo peor es cuando los niños preguntan si vuelves con algún trabajo o con dinero para comprar”, coinciden. Mustafa desvela, además, que uno de sus hijos es alérgico al gluten y que cuidar su alimentación supone un sobreesfuerzo adicional. Sobreviven gracias al respaldo de sus familiares y de las ayudas que pueden arañar de Asuntos Sociales. Pero afrontar gastos como el pago del alquiler convierten los meses en una cuesta demasiado empinada. “Somos hijos de Melilla con el servicio militar hecho”, enfatizan en varias ocasiones, “y el trabajo debería ser para los que hemos nacido aquí”, defienden exhibiendo sus documentos de identidad.
En los cinco meses de protesta que acumularán mañana confiesan haber sufrido la desesperación de ver trascurrir las horas sin obtener respuestas, pero también el rigor de las inclemencias del tiempo. “Colocamos la pancarta por primera vez en febrero, en pleno invierno. Hemos pasado el frío de esa época, el viento y la lluvia. Nos han visto aquí empapados, mojados, nos han caído encima chaparrones... y nadie ha sido capaz ni de hablarnos”, relatan. “Y ahora ha llegado el calor, que también será malo”, advierten con temor mientras señalan con el dedo hacia el cielo, sobre sus cabezas.
Entre sus reivindicaciones intercalan que no tienen “nada en contra del presidente de la Ciudad”, frente a las versiones que apuntan a algún interés político detrás de su protesta. “A los políticos de turno les diríamos que hay formas de atendernos. Somos personas honradas, buenas y obedientes. Nos vemos obligados a hacer esto empujados por la necesidad y el hambre, pero no tenemos intención de molestar a nadie. Pero parece que no interesamos a nadie porque las elecciones están lejos aún”, denuncian.
“Como melillenses seguimos y seguiremos hasta que nuestro presidente nos dé una solución positiva”, insisten con una única voz los integrantes del grupo. Mañana, y al día siguiente, volverán a desplegar su pancarta. “Sólo pende de una cuerda. La quitamos en cuanto nos atiendan”, aseguran.
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