Cuando hace tres años cumplí los 80 de edad, escribí otro artículo sobre este mismo o parecido tema que hoy voy a desarrollar, aunque con pinceladas de actualización, congratulándome entonces por lo privilegiado que me sentía de haber alcanzado ya la edad de la ancianidad y, además, de haberlo podido alcanzar con mi plena lucidez y en completo uso de mis facultades mentales. Hoy, más de tres años después, vaya de nuevo mi honda gratitud a la Divina Providencia, que continúa siendo infinitamente magnánima conmigo, tanto más, cuanto que todavía me sigo sintiendo en la misma plenitud que cuando cumplí aquellos 80 años, con la misma lucidez y con idénticas ganas de seguir viviendo en tan óptimas condiciones de vida con que hasta ahora me encuentro.
Si acaso, tras estos tres últimos años, con los 83 que ahora tengo, lo único que quizá comience a notar es un levísimo debilitamiento que entiendo es lógico y consustancial con mi privilegiada senectud, que para nada afecta a mi fuerza y ganas de seguir adelante. Yo sigo…, pero que, lógicamente, entiendo que poco a poco debo ir notando que no tengo ya tanta “chispa” como antes y que las facultades languidecen con la mayor edad, nos hace a los mayores de ir perdiendo los reflejos que antes eran más rápidos, mientras que ya se va notando su decaimiento.
Por lo demás, sigo estando contento y feliz de poder contar con mi razonable buena salud, que creo que es acorde con la edad y con las circunstancias personales que en mí consigo muy agradecido al Supremo Hacedor por permitírmelo, cuando, lamentablemente, uno no deja ya de ir viendo cómo los amigos y conocidos de mí misma o parecida edad, pues van quedándose en la “cuneta”.
Y eso, a pesar de mi vulnerabilidad por las dolencias que padezco como consecuencia de aquel ictus que en 2009 sufrí cuando estaba sentado en mi despacho de trabajo, que me fue reconocido como “accidente en acto de servicio”, tras haber ganado un recurso contencioso-administrativo, ante el TSJ de Andalucía, declarándoseme la Incapacidad Absoluta para toda Clase de Trabajo, que anteriormente me había denegado la Audiencia Provincial.
Y cómo hasta ahora me las voy arreglando para poder ir sorteando esos bachecillos que en el camino de la vida se van presentando, pues, creo, que el secreto mío está en haber llevado desde mi juventud hasta mi vejez una vida totalmente metódica, ordenada y sana, dentro de la que se incardinan mi trabajo cotidiano y mis ganas de seguir trabajando, aun cuando ya no sea en activo, pero al menos sí en pasivo, por mi cuenta, para no permanecer del todo ocioso. En la primera situación, estuve trabajando y cotizando en mi calidad de funcionario del Estado, un total de 50 años, 9 meses y 6 días. Me jubilé casi a los 70 años, en junio de 2011 y por prescripción facultativa, como consecuencia del ictus sufrido.
"No suelo participar socialmente con grupos o personas con los que tengo poca confianza"
Dicen que el trabajo es salud; y, efectivamente, yo también creo que no hay nada más saludable y reconfortante que pensar en trabajar en momentos de tanto paro para quienes están obligados a permanecer en desempleo obligatorio por carecer del mismo.
Siempre me he considerado con mi honrado deber de trabajar por los míos y por la sociedad; también de haberlo hecho en el cumplimiento de mi deber y de ser útil al prójimo y a la sociedad durante más tiempo. El trabajo, siempre que sea honrado y decente, dignifica y ennoblece a las personas. Y, hasta a mi avanzada edad de los 83 años y, aun estando jubilado, todavía me siento obligado y muy satisfecho al ver, saber que todavía puedo valerme por mí mismo en mis funciones motoras y cognitivas, sin tener que ser una rémora o carga para la familia ni para la propia sociedad a la que pertenecemos.
Y, eso, igualmente es bueno para todo mayor que pueda hacerlo, porque mientras que uno piensa en trabajar o en entretenerse, no da tiempo a ocuparse de malos pensamientos ni de que le fluyan ideas perversas que nublen o perturben la razón o los sentidos. Tan es así, que cuando me comunicaron que me tenía que jubilar definitivamente, incluso me sentí algo deprimido. Resolví aquel problema enganchándome al ordenador, que fue el que me hizo olvidar mi depresión. Entonces descubrí, por mí mismo, que Internet era todo un mundo nuevo que merecía la pena conocer y explotar.
Soy persona de vida familiar y hogareña; lo que más me gusta es estar con la familia en mi casa y ocupado solo entreteniéndome con las cosas más insignificantes con la que me pueda comunicar o seguir opinando, aunque sea a solas, plasmando lo que pienso en mis libros, de los catorce que ya tengo finalizados. No suelo participar socialmente con grupos o personas con los que tenga poca confianza, aun cuando, luego, cuando me relaciono soy abierto, dicharachero y sin ningún problema para relacionarme con todos y para tratar cualquiera de los temas y las materias más diversos. Me gusta mucho charlar y cambiar impresiones y diversos aspectos de la vida con los cuatro hermosos nietos con los que mi hijo y mi hija me han premiado, la parejita de cada uno.
Me gusta mucho oírlos hablar a mis nietos, dejándoles siempre su propio espacio para que puedan expresarse en libertad, teniendo sus propios pareceres y actitudes. El problema que voy teniendo es que, a medida que van haciéndose mayores, empiezan a despegarse, ya están en la Universidad, salen más con los amigos, y pueden venir menos a verme, pero, aun así, muchos fines de semana que ellos pueden nos reunimos los diez que componemos las tres familias a comer juntos, para mantener siempre vivos los importantes vínculos de familiaridad.
En realidad, los nietos son el regalo más bonito que se nos puede dar a los abuelos, y hay entre ellos y nosotros ese espíritu de entendimiento y complicidad familiar que suele darse entre abuelos y nietos que incluso llega a sobrepasar a la relación hijos-padres, porque ellos se entienden con los abuelos todavía mejor que con los padres, que tienen sobre ellos distinta responsabilidad, más directa y menos permisiva, pero que los padres están obligados a exigirles a los hijos, mientras que entre abuelos y nietos la relación es bastante más laxa y permisiva.
En las relaciones de familiaridad abuelos-nietos es vital que exista un diálogo y una escucha activa por ambas partes, un aprendizaje más completo en cuanto a que pueden transmitirle enseñanza y experiencia, ambos conocerán más sus gustos y necesidades, lo que se traducirá en un mayor conocimiento de la vida, de la sucesión generacional y disfrute del tiempo compartido, que quedarán ya grabados para siempre en los corazones tanto de los abuelos como de los nietos, ya que los primeros ven en sus nietos como el lazo que más se va a prolongar su recuerdo y el cariño hacia ellos, a la vez que los nietos encuentran en los abuelos un mayor grado de entendimiento, condescendencia y comprensión.
En el plano, luego, de mis relaciones con la gente y con la sociedad, huyo de las polémicas, de las críticas destructivas, de las discusiones sin sustancia o carentes de contenido o razón. Allá cada uno con sus problemas, que ya todos tenemos los nuestros propios, como para que luego nos ocupemos también de los problemas de los demás. Y me gusta vivir con cierta independencia, “cada uno en su casa y Dios en la de todos”, como dice el viejo refrán de nuestros ancestros, porque del abuso de esas relaciones y de la excesiva confianza suelen luego originarse malas consecuencias. Es preferible vivir de forma precavida y cautelar respecto de los nuevos usos y costumbres por los que ahora apuestan las mitomanías y los populismos descontrolados, sin que nazcan de una base sólidas de amistad y sana convivencia.
Mi vida cotidiana es levantarme sobre las siete de la mañana, asearme y salir luego a pasear por el paseo marítimo de la ciudad en la que resido, porque, como hasta los 16 años fui y me crié en Extremadura, región preciosa y de gente entrañable, pero de tierra adentro y sin salida al mar, pues, quizá por eso, luego, siempre me ha gustado mucho vivir junto al mar, principalmente en Ceuta, Málaga y La Coruña, las tres preciosas ciudades bañadas por aguas marineras, quizá con miras a compensar los 16 años que, primeramente, no pude disfrutar de la playa, y que ahora tanto me gusta observar, de contemplar atenta y curiosamente cómo sus olas rizadas van ondeando acercándose de forma lenta y suave a la orilla de la costa, retrocediendo para atrás sobre la arena con el típico murmullo de las olas cuando rompen contra la arena y retroceden envueltas en su espuma blanca.
A mí, es que el mar me encanta, me relaja mucho, sobre todo, cuando está en calma; me gusta mucho ver acariciar con mis ojos la amplia y extensa horizontalidad de sus aguas en calma; eso, es algo que me aquieta y me sosiega. Desde la amplia terraza de mi piso de la playa, es una auténtica preciosidad poder contemplar en las noches tranquilas y serenas, cuando la luna llena, toda henchida y resplandeciente, se ve asomar por lo alto de la sierra de Málaga, siendo cortejada por las estrellas que le preceden como si la fueran sacando en procesión, con sus rayos lunares desplegados, que se reflejan sobre el agua del mar, iluminando toda la costa sobre una ancha franja de luz que brilla sobre las aguas del mar.
"Siempre me ha gustado vivir junto al mar, principalmente en Ceuta, Málaga y La Coruña"
Por las mañanas a primera hora, desayuno unas cuatro piezas de fruta variada, encima, una generosa tostada de pan con aceite puro de oliva de esa que tanto lubrica los estómagos y apacigua las ganas de comer, acompañada de un buen café portugués torrefactado que me deje el típico sabor exquisito de quedarme paladeándolo. Inmediatamente después, salgo a pasear para quemar las calorías acumuladas, que andar dicen los doctores galenos que es muy sano, se pone en movimiento todo el cuerpo y el organismo, se activa la circulación sanguínea y se promueve y fomenta la ayuda al metabolismo.
Suelo deambular por terreno firme en la orilla de la playa. Ya, próximo al mar, me gusta sentarme unos diez minutos a contemplarlo, para darle la oportunidad a los rayos solares de que acaricien suavemente mi ancho rostro con el fin de recoger su calcio y alguna pigmentación cutánea. Tardo en hacer todo el recorrido sobre una hora, lo que también me ayuda a no dejarme de asomar demasiados “michelines”, que la obesidad suele ser terreno propicio para los ictus isquémicos y a los infartos de miocardio que tanto elevan la tasa de mortalidad. Y eso, son ya palabras mayores.
Ese, normalmente, es ahora el arte o la mitomanía, de decir mentiras (coloquialmente, las “fake news”, sembrar bulos o meterse en el “fango”, a sabiendas de que se dicen, sin que nadie lo remedie). Casi todos los políticos tienen una única aspiración: “ganar el escaño y, luego, si te vi no me acuerdo y hasta dentro de otros cuatro años”. Después dicen algunos políticos que “ellos nunca mienten, sino que lo único que hacen es cambiar de opinión”.
A veces me entretengo en pensar sobre qué voy a escribir para el lunes siguiente, porque los lunes es el día en que voluntariamente me toca asomarme a las páginas de El Faro de Ceuta, con el que llevo ya colaborando más 25 años seguidos. También he escrito en otros periódicos de Madrid, Extremadura y Andalucía, pero de forma discontinua y más bien a “salto de mata”. Me gusta escribir con riguroso respeto y con mi más alta consideración, sin cometer exabruptos y tratando siempre de no herir posibles susceptibilidades de nadie. Otra cosa distinta es que a veces pueda equivocarme, como a todos los humanos con frecuencia nos sucede, aunque sin intencionalidad alguna. A todos trato por igual, con toda la correcta educación con que también a mí me tratan, y con la mayor objetividad posible.