Es sabido que algunos países europeos han ejercido una influencia negativa en África que sigue dejando secuelas en distintas zonas de ese continente. Desde la época de la esclavitud hasta la implantación de un colonialismo sin esperanza, pasando por la división arbitraria de regiones y países que separaron a pueblos y etnias, África ha soportado y sigue soportando una situación a veces dramática.
La República Centroafricana (RCA) no ha sido una excepción. Antigua colonia francesa con el nombre de Oubangui Chari, alcanzó la independencia en 1960 y tiene complicadas fronteras con Chad, Sudán, la República del Congo, Camerún y Sudán del Sur. Para evitar una reseña histórica completa, se trata del país más pobre del mundo según la ONU y la vida media de sus habitantes es de unos 50 años, subsistiendo la mayoría con menos de un dólar diario. Azotada por enfermedades como la malaria, anemia, diarrea, neumonía, desnutrición y sida, tiene sin embargo importantes recursos naturales que son explotados sin consecuencias positivas para su población. Se trata de diamantes, oro y uranio, junto a una descontrolada explotación de los recursos madereros.
El país, cuyo idioma oficial junto al francés es el sango, está azotado por varias guerrillas que actúan sin piedad sobre la población civil generando destrucción de pueblos enteros, matanzas indiscriminadas, violaciones y, desde luego, secuestro de niñas para ponerlas a disposición de los soldados.
Con este panorama, el sacerdote cordobés Juan José Aguirre Muñoz de 26 años, llegó como misionero a la región de Sangui en la República Centroafricana y enseguida comenzó a practicar una de las lenguas oficiales, el sango. A partir de entonces fue rotando por distintas regiones del país, siempre aprendiendo el dialecto local, sobre todo el azande, hasta que en 1999 con 45 años, el Papa le nombró Obispo de la Diócesis de Bangassou.
La situación que encontró fue desoladora, ya que las enfermedades afectaban a gran parte de la población, desde el sida hasta la malaria que él mismo padece. En el aspecto sanitario recibe ayuda de diversas organizaciones sobre todo cordobesas, que canalizan dichas ayudas a través de la Fundación para la promoción y el desarrollo de la Diócesis de Bangassou y, por medio de la misma, médicos españoles se trasladan periódicamente a dicho territorio para prestar desinteresada ayuda sobre todo de cirugía y consultas a sus habitantes.
Con dicha asistencia externa, el Obispo Aguirre ha puesto en marcha en su diócesis, abierta a todos los habitantes sin distinciones de religión o raza, dos orfanatos, dos casas de acogidas para madres-niñas solteras y otras para ancianos acusados de brujería que es ilegal en el país, un programa para instalación de techos, suelos y sanitarios en las cárceles de la región, un taller de costura para niñas, creando huertos para cultivo de soja como soporte nutricional de los niños.
Igualmente, en el aspecto sanitario, el obispado fundó dos hospitales con quirófano, dos maternidades, una leprosería, un centro de acogida para enfermos terminales de sida, una farmacia rural y diversos programas de formación para evitar enfermedades.
En lo que el cordobés Juan José Aguirre, siempre vestido de forma sencilla, no recibe asistencia es respecto a la protección de su pueblo de los ataques de guerrillas de una u otra tendencia y el Obispo denuncia las violaciones de derechos humanos entre instancias políticas y medios de comunicación internacionales, siempre sin éxito. Tan solo la Minurso, misión de la ONU presente en el país, suele acudir cuando la situación se hace insostenible y, al retirarse, todo suele volver a la terrible situación anterior.
Cuando en 2013 se creó una guerrilla denominada SELEKA que significa Alianza, diversas facciones del ejército y mercenarios chadianos y sudaneses de corte islamista radical, implantaron el terror en el país, atacando sobre todo a las misiones y a la población sobre todo cristiana. Debido a la tibia respuesta de los soldados franceses que entonces estaban presentes en la República Centroafricana, se creó otra guerrilla contraria e igual de sanguinaria denominada ANTI-BALAKA, por lo que la ONU tuvo que mandar 10.000 cascos azules para interponerse entre ambas facciones, sin mucho éxito en la práctica.
La región de Bangassou que hasta 2017 se había visto al margen de estas luchas, fue invadida de pronto por 300 anti-balakas que actuaban sobre todo contra la comunidad musulmana que supone el 15% de la población del país y que en Bangassou habitaban en un barrio llamado Tokoyo. Los guerrilleros asaltaron durante la noche las casas, quemándolas en su totalidad, por lo que los habitantes tuvieron que refugiarse en la Mezquita. Los guerrilleros dispararon sobre el templo y consiguieron abatir a 30 personas, entre ellas al Imán de la citada mezquita.
Monseñor Aguirre reaccionó enseguida y, junto a sus sacerdotes, vestidos de blanco y con los brazos en alto, formaron un escudo humano delante del templo musulmán tratando de evitar más muertes. Allí estuvieron doce horas en que los anti-balakas no se atrevieron a dispararles, hasta que llegó un contingente de la ONU formado por cascos azules portugueses y puso cierto orden temporal.
Cuando los soldados se retiraron, aquellos aterrorizados musulmanes pidieron refugiarse en la misión católica para evitar otra masacre y monseñor Aguirre, aunque no tenía espacio ni medios, accedió a protegerlos facilitándoles un techo. Para ello desalojó el seminario menor y las aulas para dar cobijo a 2000 musulmanes a los que se facilitan 15000 litros de agua diarios, además de atención médica y alimentos.
La situación actual es que los cascos azules de la ONU rodean la zona donde se encuentran los refugiados, mientras que 3000 mercenarios muy bien armados y equipados esperan en Bakouma, a 140 kms de distancia, para asaltar la diócesis de Bangassou, sin que exista seguridad sobre lo que puede suceder a corto plazo. Se trata sin duda de una crisis humanitaria que necesita soluciones por parte de organismos nacionales e internacionales.
Y allí sigue el misionero español Juan José Aguirre Muñoz con su actitud serena, impartiendo ánimo a cristianos y musulmanes, mientras espera un milagro y siempre, a sus 65 años, negándose a abandonar la República Centroafricana a pesar de su delicado estado de salud y del reciente asesinato en Burkina Faso del misionero español Antonio César Fernández, por un comando terrorista.
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